MITO: "EL ÁRBOL DE LA VIDA"
“Un árbol tan alto, tan alto que su copa traspasaba las nubes y tocaba el cielo, y tan grueso, tan grueso, que cincuenta hombres no eran capaces de abrazarlo y empezaron a empujarlo y lo empujaron con tanta fuerza, que cuando el árbol cayó la tierra se estremeció y de las entrañas del árbol brotó agua y fue así como nacieron los ríos Catatumbo y de Oro, los mares y los océanos y sus aguas ahogaron a muchos hombres del color de la ceniza, los que no pudieron traspasar esas aguas para traer más odio, ambición y guerra, tuvieron que pedirle perdón al indígena barí quien fue muchas madrugadas al río Catatumbo a lavar su corazón del odio y del rencor, para poder perdonar al hombre del color de la ceniza. Por eso los indígenas nos miran sin odio y sin rencor pero si con desconfianza.”
Tradición oral:
Fabio Monrroy
MITO BARÍ I
“Cuentan
que inicialmente los barí (indígenas apodados motilones) habitaban otro planeta
y lo desforestaron de tal modo que Dios, preocupado por sus hijos comenzó a
mirar qué hacer y fue así como observando otros planetas se fijó en uno en
especial ya que sus tres cuartas partes estaban formadas por agua y tenía
bastante vegetación. Ordenó a todos sus hijos cortarse el cabello, que tenían
bastante largo, a nivel de la oreja, y con estos cabellos tejieron una gran
trenza tan larga, tan larga, que alcanzó el planeta por él visto y que habían
bautizado tierra. El final de la trenza se posó encima del cerro Bobalí
(Convención, Norte de Santander) y por allí envío una pareja de indígenas, que
al posar sus pies sobre el cerro se quedaron perplejos de la vegetación, los
animales, la riqueza de este planeta y no regresaron. El Dios envió a otros más
y a los últimos los envió con la semilla del árbol de la vida, el árbol que
controla el agua y el color del agua, un árbol tan grande que su copa traspasa
las nubes y toca el cielo y tan grueso que cincuenta hombres no son capaces de abrazarlo.
Cuentan
que cierto día una pareja de indígenas hombre y mujer pasaron por allí y
observaron que pegado al árbol caía un bejuco de cabello y decidieron trepar
por el para conocer a Dios, cuando estaban por llegar a la copa, Dios se
enfureció y los castigó convirtiendo al hombre en Sol y a la mujer en Luna. Es
por eso que el sol del Catatumbo alumbra tan fuerte, pues es un guerrero barí
furioso por haber sido separado de su mujer y el rocío son lágrimas de la Luna
que llora de tristeza por haber sido separada de su esposo.”
MITO BARÍ II
“Cuentan
los que saben contar historias, que en el principio los indígenas no conocían
ni el dolor, ni la tristeza, ni la muerte, hasta que apareció un espíritu
maligno con cuerpo de mujer y cabeza de pájaro, se apoderó de la mujer indígena
y ella llena de este espíritu del mal,
tomó a su hijo y lo estranguló. Grande fue la tristeza del hombre indígena
cuando vio que a sus tierras había llegado el dolor, la tristeza y la muerte.
Por esto tomó a esta mujer y la abrió con su cuchillo, para sacarle el espíritu
del mal y no lo encontró, porque el espíritu no es de palo ni de carne ni de
hueso, pero tenía una solución purificarla con el fuego sagrado. Y fue así como durante muchas lunas los indígenas
llevaron leña a la cima de cerro Bobalí allí armaron una gran pira, encima
colocaron a esta mujer y la incineraron, sus cenizas se regaron por todo el universo
y nacieron el hombre del color de la ceniza, el hombre amarillo, el hombre
blanco, el hombre negro.”
LEYENDA: FLECHAZOS DEL CUPIDO CRIOLLO
Un
espíritu que deambula por las calles de Hacarí (Norte de Santander) es la
última esperanza de solterones con ganas de dejar de serlo y dolor de cabeza
para quienes allí enarbolan ese estado civil como una bandera.
Por: NESTOR A. LÓPEZ LÓPEZ
16
de enero de 2000, EL TIEMPO
Nadie
lo ha visto, pero todos los hacaritenses confirman que sus flechas actúan sobre
los forasteros haciendo que se enamoren y se instalen en este pueblo cuya mayor
riqueza son las leyendas. La primera impresión cuando llega la gente es de
aburrimiento, y después de que dan la vuelta por el parque quedan como
embrujados y se amañan, relata Ramón Emilio Pérez. No es que en este lugar haya
nada espectacular. Sólo la iglesia de fachada blanca y en sus bajos la cancha
de baloncesto y unas gradas forradas con adobe vitrificado. La gente del pueblo
le atribuye el encanto a ese cupido criollo al que llaman el indio sin cabeza,
cuya leyenda se difundió de abuelos a hijos y de hijos a nietos.
Cuando
alguien se casa en Hacarí dicen que le pisó la cabeza al indio. Así le ocurrió
a Wilfredy Quintero, director de la Umata, que llegó de Ocaña en 1993, como docente
del colegio San Miguel.-Profesor, no vaya a pasar por allí, porque lo
casan...-, le decían sus alumnos al verlo voltear por la cancha.Y la sentencia
se cumplió doblegando la incredulidad de Wilfredy. A los pocos meses de
conocerla cruzó el altar con Bibiana, la recién llegada bacterióloga. Ella
sostiene que su encantamiento fue a primera vista. Llegó el 8 de marzo del 93,
el 19 le dio su primer beso, el 11 de julio se casaron y ya tienen un hijo de 2
años. En el pueblo dicen que fue Cupido con su flecha quien hizo blanco en la
pareja. También a la profesora Mary Guerrero la leyenda se le volvió realidad.
Mi
esposo era forastero y le decían eso. Luego se fue y tuvo que volver para
casarse conmigo, relata la mujer de 50 años con la que don Julio Abraham Contreras
vivió 40 años, hasta que la muerte los separó. Muchas otras historias, como la
del empleado de la Unidad Municipal de Asistencia Técnica y Agropecuaria
(Umata), Fernando Alarcón, y su esposa Sonia Pérez la hija de don Luis tienen
rasgos iguales, y sin embargo, nadie sabe a ciencia cierta dónde está la
bendita cabeza. Unos dicen que está en todo el centro del parque principal;
otros, que en la cancha de baloncesto, y algunos, que en la mismísima puerta de
la iglesia. Y como no se sabe qué parte de la leyenda es verdad y qué es
producto de la imaginería, Andrea Pérez, la joven y bella odontóloga que tiene
soñando a más de uno con sus ojos azules y su sonrisa blanquecina, no baja la
guardia. Aunque ella lo niegue, varias personas la han visto caminar con cautela
cuando va por el parque para no tropezar con la cabeza del indio porque, por el
momento, sus sueños andan lejos.
Historias
mil Hacarí es un municipio aferrado a las últimas cumbres de la cordillera
Oriental; de callejuelas estrechas, curvilíneas y empinadas, donde el viento
susurra en las noches entre el silencio y la quietud. Las fachadas son una
repetición de paredes blancas, zócalos rojos y puertas verdes, en virtud de un
decreto que hace 3 años ordenó la uniformidad. Su pasado está adornado de leyendas,
como la del indio sin cabeza, las cuevas encantadas de Mesa Rica y la del
clérigo ermitaño. Sobre las catacumbas encantadas se cree que atraviesan por
kilómetros la cadena montañosa desde la vereda Locutama hasta Mesa Rica y están
llenas de oro, aunque nadie ha podido cruzarlas porque los pulmones se sienten
explotar, las lámparas se apagan y los ojos se deslumbran con el espejismo de
muchas entradas a laberintos interminables.
Como
si esto fuera poco, cuentan que un clérigo español de la comunidad de San
Agustín murió como ermitaño en una cueva de roca hecha en las montañas, y que
cuando alguien intenta entrar se alborotan las avispas. El encanto de los Bari
La leyenda del indio se remonta al siglo XVIII, cuando los primeros blancos
desterraron a los indios Bari o Motilones que habitaban estas tierras
montañosas. En su resistencia, los aborígenes incursionaron en el asentamiento
de los invasores y cruzaron con sus ponzoñas a nueve de ellos. Pero, en
retaliación, los conquistadores fueron a sus campamentos, degollaron a varios
hombres y exhibieron en la plaza la cabeza del cacique como trofeo. Luego
enterraron la testa del anciano en un lugar que se desconoce. En ese momento
los motilones hicieron el conjuro de su cacique casamentero y encantaron los
caminos que conducían a sus viejos dominios para que los invasores no
usufructuaran sus tesoros. Entonces ellos (los indios) encantaron la vereda
Mesa Rica y se fueron para Agua Blanca y de allí para el Catatumbo, hasta que
se desterraron para las montañas, relata Eduviges Guerrero Jaime, que ronda por
los 69 años.
LEYENDA: ASÍ ES LA MESA-RICA
"Frontero
a La Palma (hoy Hacarí) y Aspasica, mirando para el Oriente, se levanta sobre
cuanto lo rodea una gran mole terminada en plano a 2.986 metros, cortada
verticalmente a su espalda por el profundo cauce del Tarra; es la Mesarrica,
que mide tres leguas de largo y una y medio de ancho, sustentada por estratos
poderosos de arenisca, desierta hoy pero en otro tiempo mansión de indios
reunidos en un pueblo agricultor que la opresión de los blancos destruyó,
dispersando sus moradores, a quienes fatigaron con incursiones en busca de una
soñada mina de oro.
Los
matorrales han invadido el espacio antiguamente ocupado por sementeras y un
grueso chorro de agua que se precipita majestuoso desde lo alto, parece reunir
en su ruido las airadas voces de los indios desposeídos; tal es el ímpetu de su
caída batiendo los árboles y las rocas, perdiendo en las breñas su caudal que
antes utilizaba el indígena laborioso. No les dejaron los invasores ni aquel
refugio: Persiguiéndolos de asiento en asiento, los han compelido a buscar
asilo en las distantes soledades que riega la quebrada Orú, entre dos serranías
llenas de asperezas, reducidos al número de veinte familias, quitándoles hasta
su nombre nacional, pues les dan el apodo de patajamenos.
Los
míseros indios solían venir a las estancias de los blancos a ofrecer su trabajo
en cambio de herramientas y habiendo llegado una vez a la casa de los llamados
FIórez, vecinos de Aguablanca, los recibieron de paz, les hicieron creer que
les darían herramientas y viuditas -mujeres- y los convidaron a comer en la
cocina. Confiados los indios, creyéndose bajo el seguro de la hospitalidad,
sagrada para ellos, dejaron las armas y fueron a sentarse alrededor del fogón.
Inmediatamente les cayeron sus pérfidos convidadores y a machetazos los
ahuyentaron sangrientos y despavoridos. Un indio quedó postrado y juzgándolo
muerto lo arrojaron por la barranca de la quebrada como a vil animal. A la
mañana siguiente dos de los agresores entraron a la cocina y hallaron al indio
acurrucado en el hogar, calentándose las heridas. "No mata, hermano",
exclamó el infeliz arrodillándose... y lo hicieron pedazos. Un hombre viejo y
de severo aspecto me refirió en La Palma esta infame tragedia como
recientemente sucedida y le temblaban los labios al referirla".
El autor de este
relato, don Manuel Ancízar, pasó por Mesa Rica en 1850. Antes y después de esta
fecha la imaginación ha hecho lo suyo.
En
La Mesa, según la leyenda, durante los días santos, se ve a tres indios viejos
y corpulentos fumando apetitosas bombas. Con un poco de suerte, la visión puede
alcanzar la ciudad encantada de los karates, con los paisajes exóticos y la
actividad rumorosa de un pueblo pujante y rico. La imaginación llega hasta los
bohíos y se mueve entre el deseo y la fantasía sobre tesoros fabulosos. La
escena se presenta durante varias horas y desaparece súbitamente en el
horizonte.
Otras
leyendas se refieren a encarnizadas guerras indias puestas en los mismos
escenarios para deleite de los amigos de la ficción. Cerro Negro, vereda
ubicada entre Aspasica y La Vega de San Antonio, es como la frontera de esa
meta alucinante. Pero se necesita una especie de pasaporte de los grupos
insurgentes que dominan la región para franquear el tortuoso camino que conduce
hasta la meseta. De manera que la dificultad consiste en superar a Cerro Negro.
Personas de reconocida seriedad han logrado, a pesar de todo, llegar hasta La
Mesa. Y sostienen que aún existe la piedra que contiene las huellas de un pie
de niño y un casco de bovino; pero se han mostrado preocupadas por los intentos
de visitantes sin escrúpulos que han pretendido romper la roca para llevarse la
astilla con las huellas.
En
épocas recientes, menos duras, los estudiantes instalaron sus campamentos sobre
la meseta, frente a las profundas cavernas, decoradas con estalactitas y
estalagmitas rutilantes, y volvieron a sus colegios con muestras preciosas del
extraordinario fenómeno natural. En la década del cincuenta, mi padre, don Luis
Jesús Pérez Amaya, en su condición de alcalde municipal de Hacarí, debió
improvisar una comisión oficial para efectuar el reconocimiento de unos
cadáveres encontrados accidentalmente por campesinos que buscaban una cabras
extraviadas.
Evidentemente,
en el desfiladero estaban los restos humanos. Pero no se trataba de cadáveres
de personas muertas recientemente; eran indios momificados y acomodados en
urnas de piedra. En aquella ocasión el alcalde escribió al diario El
Espectador, en donde publicaron lo ocurrido, pero el asunto se olvidó
rápidamente y nadie volvió a mencionar la tumba india. Dice don Luis Jesús que
los cadáveres y las urnas fueron dejados en el estado en que se encontraron y
nunca volvió a tener noticias sobre ellos.
Don
Pedro María Fuentes, en la monografía del municipio de Hacarí, cuenta que
existe un camino subterráneo que cruza La Mesa desde un extremo a otro,
"teniendo como punto de partida la fracción de Locutama y terminando atrás
de la peña del Corregimiento de El Cincho, donde hay una cueva con esqueletos
que se cree son de indios". Y agrega que "la cueva denominada
Catacumbas, está formada por una serie de pasadizos, enlazados entre sí y que
encadenan siete salones debidamente separados y tallados en las profundidades
del terreno". El señor Fuentes acude más adelante a la obra de don
Justiniano J. Páez, "Noticias Históricas de la Ciudad y Provincia de
Ocaña", para recordar que en una caverna de éstas pasó sus últimos días
Fray Juan León Vila, fundador de La Palma. Por este acontecimiento el lugar fue
bautizado con el nombre de "La Cueva del Ermitaño".
Agrega
el señor Fuentes que el cadáver del sacerdote, a petición suya, fue dejado en
la caverna; y sobre sus restos se tejieron leyendas, como aquella que señala
que "del esquelético pecho del ermitaño nació un helecho eternamente
fresco y verde, cuyas ramas para la gente del campo, tenían propiedades y
virtudes milagrosas". No obstante la mano del hombre, todavía pueden verse
aves exóticas y toda clase de animales silvestres. La vegetación es exuberante,
sobre todo alrededor de los tres hoyos que coronan la meseta, según dicen los
exploradores. De estos accidentes topográficos han surgido leyendas sobre
profundidades infinitas y fabulosos tesoros guardados en el fondo.
Probablemente se trata de cráteres de volcanes inactivos.
CUENTOS DE ESPANTO Y MIEDO
CUENTO: LA DAMA DEL PUENTE
Una
chica muy bella que se aparecía en el puente, antes de los dos cementerios que
hay hoy en la población y, que pedía el aventón y, después de que se montaba en
el carro, se convertía en un esqueleto.
CUENTO :EL DIABLO DEL KING KONG
Que se aparecía en el “desnucadero” de ese
nombre, que quedaba cerca de “Tarapacá” (por ahí en la avenida 13 con calle
16), como un parroquiano grandulón, negro, rigurosamente vestido también de
negro, bigotón, luciendo sombrero alón, sacando chispas con sus botas,
deslumbrando y agraciando a las chicas con monedas y objetos de oro que sacaba
de la nada y luego desaparecían de la cartera de ellas, e
invitando a los caballeros a unirse a su mesa.
(“Desnucadero”
es el genérico cucuteño para “motel” o burdel. Parece que la versión original
de este cuento data de los años 20 del siglo XX en el sitio donde actualmente
está el convento de las monjas clarisas, que era originalmente el bar King Kong
y que, según la leyenda, hubo de edificarse el convento para quitar la
maldición y correr al diablo. Pero después “reapareció” en el Nuevo King Kong.)
CUENTO: LA MONJA CLARISA
Y
claro, con todos esos cuentos de espanto y miedo, el fervor por lo desconocido
era un culto y estos cuentos estuvieron de boca en boca, como los cuentos de
caballería en tiempos de Cervantes, y por supuesto que, para ponerle más
suspenso a la proyección de la película, ésta fue presentada a media noche.
Estan muy largos
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