LEYENDA: El DUENDE
Cuentan algunas personas de la comunidad, que un día como a eso de las 5:30 de la tarde llegó un señor bajito,con un sombrero, pantalón roto y camisa para subir a la Piedra, pero al señor no le alcanzaba la plata pagar el ingreso, se puso a llorar para que lo dejaran pasar y las personas encargadas lo dejaron subir, con la condición de que bajara con los trabajadores de la cima; al bajar los trabajadores, les preguntaron por el viejito y ellos dijeron que allá no había llegado nadie, les pareció extraño: a las ocho de la noche subían por el sector de la curva (via hacia la piedra) dos muchachos y sintieron que cayo algo desde arriba, fue tal el susto, que salieron corriendo por distintos caminos y contaron a otras personas, quienes por curiosidad se fueron a mirar volvió a caer algo desde allá, al igual que los demás, corrieron y se encerraron en sus casas, al otro día contaron que habían visto al duende caminando por todas partes, sin camisa y sin zapatos ... y desde entonces se dice que el duende anda buscando el oro que hay en la piedra.
Leidy Julieth Giraldo Hincapie
LEYENDA: EL AEROPUERTO DE LAS BRUJAS
Cuentan los abuelos de la localidad que todos los días después de las nueve de la noche, se ven llegar a las brujas a la cima de la piedra, ellas se reúnen allí y salen a sobrevolar toda la zona, cuando están en el aire, se ven destellos de luz que salen desde sus escobas, sus carcajadas son extravagantes y es por esto, que al sitio se le ha llamado el "aeropuerto de las brujas"
LEYENDA: EL HACHA DEL DIABLO
Cuentan que el diablo nunca estuvo de acuerdo con que la piedra fuera visitada por tantas personas y quiso tumbarla con un hacha y llevársela para otra parte, todas las noches iba a trabajar para cumplir su funesto deseo, pero el nunca supo que en el día dios se encargaba de borrar el trabajo que realizaba y es por eso que la piedra aun esta en este lugar.
Leidy Julieth Giraldo Hincapie
MITO: LA MADRE MONTE
Toda vestida de hojas y
de líquenes, vive en la prdeundidad de los bosques. La cabellera, víctima de
soles y lunas, le oculta el rostro. Ese es su enigma: podemos escuchar el grito
de fiera entre los árboles, ver la silueta que se pierde en la espesura, pero
nadie ha visto nunca su rostro cubierto de musgo y sombra.
La Madremonte ama las
grandes piedras de los ríos, construye sus aposentos en los nacimientos de las
quebradas, se distrae con el silbido de las mirlas y los azulejos. Algunos han
creído escucharla cuando imita el canto de los grillos en las tardes de verano
y cuando persigue las luciérnagas en las noches sin luna.
Como vigilante de las
selvas, la Madremonte cuida que no desaparezca la lluvia y el viento, orienta
los periodos de celo de los animales del monte, grita de dolor cuando cae
alguna criatura de su dominio. Por eso, odia a los leñadores y persigue a los
cazadores: a todos aquellos que violan los recintos secretos de las montañas.
Cuando la Madremonte
está poseída de furia, dicen los que han padecido su venganza, se transforma:
los ojos despiden candela y con las manos de puro hueso, se agita de rabia
entre los matorrales. Se desencadenan entonces, los vientos y las tormentas.
Los ríos y las quebradas traen inundaciones, arrasan las cosechas y el ganado.
Todo parece como si se anunciara el estremecimiento de la tierra y los astros.
MITO: EL HOJARASQUÍN DEL MONTE
Se alimenta de flores y
de bayas doradas de los bosques profundos. Tronco de guayacán con cabeza de
hombre cubierta de chamizos y salvajina, el deicio del hojarasquín es cuidar el
bosque y los animales selváticos. Atento al chillido de las golondrinas en los
farallones del río, sabe cuándo se acerca el depredador de la flora y cuando
debe auxiliar al sabanero, anhelante víctima de los perros del cazador. Amante
de los vuelos, el Hojarasquín algunas veces se cansa de ser árbol y entonces
disputa con los loros, intenta saltar con los venados en las tardes de sol.
Los campesinos saben de
estos movimientos por la algarabía de los arrendajos y pájaros tijeras, por la
inmensa batahola de los samanes con el viento. Amo de las hojas y el rumor de
las aves en las montañas, el Hojaraquín muere cuando hay talas o destrucción de
los montes. En forma de tronco seco, permanece oculto hasta cuando resurge la
floresta.
MITO: LA MUELONA
Antes de convertirse en
endriago, la Muelona fue una mujer esbelta que animaba pendencias y garitos.
Sabía leer la suerte, gozaba con las peleas de los gallos y sobre todo
enloquecía a los hombres con con su voz nocturna y la risa salvaje que
alumbraba la noche.
Ahora, celestina de los
bosques, vaga por entre los ríos, acecha sigilosa por entre los pantanos, las
encrucijadas y los árboles de tronco podrido. Bella como antes del hechizo, con
la risa fastuosa y la voz de contralto, atrae de nuevo a los hombres.
Antropófaga de los charcos, en noches sin estrellas, en crepúsculos
estremecidos por la lluvia, los llama con insinuaciones de abismo. Entre los
susurros y las adormideras, allí los devora con los dientes de bestia y la
mandíbula feroz.
Cómplice de la
mandrágora, seductora del Valle de los Helechos, nadie conoce mejor que la
Muelona los secretos de la lujuria, los lazos de su risa maléfica y los
precipicios. Por eso, sonríe malvada entre los cactus. Sabe que la atracción es
irresistible. Que de nada valen conjuros y talismanes ante la tentación de su
presencia en medio de la tarde.
MITO: LA CANDILEJA
Mártir de la violencia,
la Candileja es el espectro de una mujer asesinada en el Valle de las
Tristezas. Dicen que fue quemada viva con los hijos dentro de su casa. Desde
entonces, convertida en fuego frecuenta los lugares en ruinas, las crecientes
de los ríos y los caminos solitarios. Aparece en el alba cuando aún el gallo no
ha cantado y como un meteoro se estrella con los cercos, se agita en el copo de
los árboles o se echa a rodar por los pastos.
Amiga de los cocuyos,
la Candileja en los días de viento quisiera ser coro de enredadera, canto de
arrendajo en la montaña. Zarza ungida de violencia, aunque la Candileja nunca
se apacigua en su dolor ígneo, algunas noches en que los ríos están apacibles y
cubiertos de cámbulos, de aromas de dindes, ella quisiera detenerse y tomar
agua y tal vez bañarse en la sombra para quitarse tanto ardor y despojarse de
toda la ceniza.
Reina salvaje coronada
de rescoldos que se avivan con la memoria, la Candileja, sin embargo, espanta a
los caballos y los jinetes que se aventuran en la noche. Inicia las quemas de
los bosques: Grandes incendios, grandes sequías, precipita su presencia de
llama en los tiempos en que se aviva su dolor. Por eso los hombres le temen.
Saben que ni los rezos ni las bendiciones ahuyentan su furia.
CUENTO: TICKED TO RIDE
Acérquese, dama,
caballero. En este buen día le tenemos una mala propuesta para usted. Acérquese
y viaje por un módico precio, sólo tendrá que darnos sus ojos, su mente y su
corazón, el alma se le cobrará cuando esté allí. El tour incluye su pérdida
total de tiempo, su insatisfacción total por la vida y si su vida y su tiempo
están alquilados a cambio de pasión a otra persona, no se preocupe, le quitamos
esta penosa pena de encima; al vacío primero él o ella y luego usted. El lugar
está situado en lo más oscuro del planeta, sin embargo, el lugar tiene un
cálido clima y el aire que se respirará será igual; allí encontrará ríos y
mares de sangre purulenta, colinas y montañas de gente sin piel, que gritan
“no” queriendo decir “sí”. No haga caso a la competencia, para qué ir a un
lugar con cientos y cientos de mujeres con himen. Nosotros le ofrecemos las más
deliciosas putas en su defecto, los más finos demonios, cócteles ponzoñosos,
comidas mal sanas y una que otra visita al trono del rey…. no parará de
devorar, no tiene que dejar de “descansar”, sexo ilimitado, si le gustó lo de
otro tómelo si puede. Todo podría ser suyo, su saña es nuestra principal fuente
de estabilidad económica, permítasela para que nuestro trabajo continúe… si se
extravía en el lugar o la lengua que se habla no es clara para usted, se le
aconseja mirar en el folleto que tiene en sus manos y leer sólo la portada.
Fructifique esta magnífica oferta, el viaje se ha realizado en pocas ocasiones
con un regreso sano. Si no logró ir en una ocasión anterior, le deseamos muy
cortésmente que disfrute una nueva “Temporada en el infierno...”
Hermano, hermano,
también conocí el infierno, el infierno de ellas. Mi problema como el tuyo es
no poseer guía divina, ser el nuevo amante de Satán y tal vez no estar a punto
de morir, estando ya tan muerto y podrido. Adicionalmente también ostento otra
dificultad, no he regresado del viaje, ni rio llorado de los viejos amores
mentirosos o de lo ya pasado, escribo estos torcidos renglones desde una de las
jeringonas playas del tártaro. Busco aún respuesta en lugares que no distingo
ni aprecio, en sitios colmados de dudas, sin tiempo.
Dicen que el retozón
tiempo, está en nuestro poder y que podemos arrebatarlo para tomarnos el tiempo
de vivir en paz. Parece lo contrario, el tormentoso Cronos se apodera de
nuestras vidas para divertirse en paz. ¡Ja¡, y nosotros buscando entretenernos
con unos cuantos peces girando en un espacio sin rumbos que concluir.
Cual
tic-tac de reloj, el tiempo da sus crueles pasos si razón.
Aplastando
visiones, apegos, existencias…..sin compasión.
El
tiempo sin retroceder, llega siempre al mismo punto.
¡Oh¡
incompasivo tiempo, provéeme de tiempo para conseguir tiempo.
Tus
atronadores marchas de bello verdugo,
Aturden
tanto los oídos….no conseguimos oír.
Tú
voz trivial y repetida, hace tan efímeras la vidas.
Solo
provocas miedo.
Incompasivo
lobo contra piel humana.
Odiamos
el tiempo.
Wilson Bedoya, El Peñol (Ant)
CUENTO: POR ESO NO ME GUSTA
Por
eso no me gusta la manera como me miras. Porque cada vez que llegas al café
Pilsen, golpeas furiosamente la mesa pidiendo aguardiente; luego volvías a
golpearla, repetidamente, con la copa, pidiendo más, y así, hasta nunca acabar;
siempre mirándome de soslayo, siempre jopeándola, como si esa mesa fuera yo.
Y
cuando nos encontrábamos en el camino, yendo yo con la Marcela, tú la saludabas
zalameramente, regándote el sexo por todo el cuerpo y te relamías como un
hombre hambriento ante un apetitoso plato. Luego me echabas una mirada burlona,
achicándome, como si yo fuera un bagazo. Hasta cuando no te aguantaste ante la
Marcela y le dijiste un día:
-Mirá,
Marcela, si no dejas a ese pendejón, te hago maleficios. Recuerda que estuve en
el Chocó, donde el brujo Macario, que me enseño un montón de cosas malas.
Entonces
la Marcela, toda llena de miedo, se fue yendo de mi lado, dejándome jodido en
una soledad apabullante y en una angustia de noches largas como ríos que se van
y siempre se están yendo.
Pero
tu gozo llegó al colmo cuando te diste cuenta que la rehuida de la Marcela me
estaba haciendo mucha mella, que me estaba consumiendo como una lombriz de
invierno a pleno sol, mientras tú le arrebatabas el ala y le currucuteabas
incesantemente.
Ahí
en ese altico, desde donde se divisa la casa de la Marcela, te pasabas las
tardes con los hijos fijos en el corredor de la casa, esperando que ella
saliera a sentarse a la tarima para tú caerle, a pesar de que sabías que sus
padres no te querían y te miraban con mal ojo.
Tienes
que acordarte que cuando me veías venir, te detenías a la vera del camino
haciéndote el bobo – lo que es muy fácil para ti- mirando las lejanas montañas,
o desviabas el rumbo, con tal de no toparte con migo, pensando que la íbamos a
tener buena un día de éstos. Mas cuando te diste cuenta que la cosa era
distinta y que podías hacer lo que te diera la gana –esa porquería de gana
tuya- te tornaste más ofensivo.
Por
eso fue que aquella tarde, cuando me viste venir por el camino, ya no te
hiciste el bobo, ni tomaste por ningún atajo, sino que con las manos en jarra
me esperaste todo envalentonado para decirme:
-Vos
me caés muy gordo, y los gordos me indigestan.
Y
yo, sin decirte nada, intenté pasar por tu lado. Pero tú me estrujaste con la
rodilla, y desenfundando el machete me mandaste un lapo que me desgajó el
hombro, y, golpe a golpe, me fuiste matando, así no más. Hasta cuando caí a
tierra, desangrándome por las heridas. La vida se me iba escapando como un
globo que se va desinflando. Con la mirada turbia yo seguía mirando desde el
último pedacito de vida que me quedaba.
Verraco
que es uno: no te imploré clemencia.
Luego
te agachaste a mirar, a ver cómo se muere un hombre. Seguramente no te pareció
nada agradable ver que mis ojos te continuaban mirando persistentemente,
tuviste el presentimiento que esa mirada se te iba quedar en la memoria
persiguiéndote en todas partes, y para evitarlo, me vaciaste los ojos con la
punta del machete. Limpiaste el arma en la yerba del camino, escupiste y te
fuiste, como si nada hubiera sucedido.
Ya
muy entrada la noche me encontró don Rosendo, el papá de la Marcela, y lleno de
espanto apenas y pudo reconocerme y corrió con la noticia –casi que no pudiendo
con ella- para ir a avisarle a mis padres, que estaban comiendo, el pan se les
quedó en la boca, y se atontaron por un momento mientras le daban vueltas al
asunto para comprenderlo bien.
Papá
preguntó:
-¿Dónde?
¿Quién?
Mamá
se escudó en un grito inconcluso – porque la noticia le desgarró las entrañas-y
el otro pedazo se le quedó enredado allá adentro, en alguna parte.
La
noticia se regó por todos los caminos. Un aire de muerte enrareció el mundo.
Era como si todo estuviera lleno de caras largas y ojos asustados. Un silencio
de muerte batió sus fúnebres alas como un ave agorera que hiende la noche, y en
cada rostro abanicó la tristeza. Cada cual intento recordar la última vez que
me vio.
La
gente se apretujaba a mi alrededor, todos querían ver mi cuerpo macheteado. Tú
mismo te empinaste por encima de los demás para ver qué tan muerto me habías
dejado, y dijiste:
-¡Caray!
Lo volvieron añicos….
Después
colaboraste con las autoridades en el levantamiento del cadáver, haciéndote el
yo- no fui. Incluso ayudaste a traer mi cuerpo hasta mi propia casa, envuelto
en ruanas, entre ellas estaba la tuya.
El
viejo Evaristo serruchaba y clavaba tablas haciendo el ataúd. Las mujeres
rezaban y consolaban a mi pobre madre, que alelada, partía sollozos en pedazos
trisados que querían salir a las vez, atropelladamente, hasta casi ahogarla.
Los
hombres en el patio, se envolvían hasta la cabeza con la ruana protegiéndose
del sereno, al chupar sus tabacos, las brasas relampagueaban como cocuyos en la
noche, dejando ver sus caras magras, con una barba de varios días.
El
barullo se armo cuando vino la Marcela, anegada en llanto y con el hipo de
sollozos, tomó mi rostro frió entre sus manos tibias, refregando sus lágrimas
en mi cara y manos muertas para siempre.
Tú
no te aguantaste y tuviste que salir hasta el patio y allí te reuniste con los
demás hombres, todo taimado.
Al
rato el ataúd estaba terminado y me hundieron en él como si fuera el anticipo
de la tumba. Alguien había hecho una pequeña cruz de muerte, la colocaron entre
mis manos, haciendo creer que la tenían cogida. Ya de mañana trajeron la
guadua, amarraron el ataúd en ella y con una despedida de amargos adioses salió
el cortejo hasta el pueblo. Allí ibas tú. Algo más: sustituiste al tío Leo en
la carga del féretro, con la guadua que se hundía en tu hombro (¿recuerdas el
primer machetazo que me diste? ¡Qué vas a recordarlo tú!) Mirabas cómo se
bambaleaba el ataúd que se colgaba de ella. Me cargaste mucho rato hasta que
otro hombre puso el hombro no más tras el tuyo y te relevó.
¡Carajo!
Estuviste en la iglesia, también diciendo con el cura latinajos y españoles y
cada que él rociaba agua bendita tú te echabas la bendición y rezaste por mi
alma, como si nada hubiera sucedido.
Días
después cuando las autoridades pesquisaban y hurgaban con la mirada y
escarbaban con preguntas, buscando al culpable, tu las despediste diciendo que
ciertamente eras amigo mío, pero que no sólo tú sino que fulanos y zutanos
también lo eran. Y ya se iba llegar a la conclusión que tal vez ni nadie mi
hubiera matado, cuando tu padre encontró el machete ensangrentado, sangre mía,
sangre ya seca, no del todo negra, pero tampoco roja, y con los ojos que
luchaban por escarpársete de sus órbitas le negaste todo, hasta cuando la
firmeza del viejo te hizo temblar:
-
¿Qué te hizo ese muchacho?
-
Precisamente, nada. Pero me fui llenando de odio hasta más no poder. Creo que
por la Marcela.
-
Yo mismo te presentaré ante las autoridades.
-
¡No . eso jamás!
Como
trataste de huir, él te encuelló y te lleno de trompadas esa boca, esa nariz,
toda esa cara, hasta cuando tu caíste de rodillas, no por los remordimientos –
pues los hombres como tú n sienten esas cosas- sino por los golpes, y dejaste,
ya derrotado y vencido, que se hiciera la voluntad de tu padre y no la tuya.
Tu
padre pidió, gritando, una soga y te amarró de pies y manos sobre la enjalma de
la yegua colorada, porque de todas maneras te presentaría ante las autoridades.
Así atravesado sobre la enjalma salió para el pueblo contigo.
-Qué
esto es una vergüenza, papá. ¿Cómo vas a llevarme así?
-¿y
tú te atreves a hablar de eso?
Al
verlo ir por el camino la gente pensó que se trataba de otro asesinato.
-
No, mijo. Es parte de el primero- respondía el viejo con asomo de verraquera en
la cara y en la voz.
Cuando
entraron al pueblo, mucha gente los seguía. El viejo llegó hasta el juzgado, te
desamarró y te bajó.
-
Señor juez. Aquí está.
-
¿Y qué prueba trae el señor?
-
Él se lo dirá todo. Además como para comenzar, aquí le traigo este machete que
él tenía escondido. El ha matado a un hombre bueno y tirado sobre todos
nosotros el estiércol del oprobio.
Y
el pobre viejo no pudo contener las lágrimas.
Por
eso te has pasado en esta cárcel de la capital tantos años. Lejos pero muy
lejos de los tuyos, donde nadie viene a visitarme. A pesar de todo, tu madre se
resolvió a escribirte unas cartas todas de lágrimas y abrazos, porque eso son
las madres, lágrimas y abrazos para sus hijos, así sean como tú, o lleven mucho
tiempo de estar muertos como yo. Te pasas los días y los años asoleándote, pero
no tratando de borrar arrepentimientos, porque vuelvo a repetirte que tú no
tienes remordimientos.
Sólo
ese preso que llaman el Mudo viene a sentarse a tu lado y comienza a hacer
rayitas como tú. Y cuando van a ser las cinco y media de todos los días,
precisamente a la misma hora que me mataste, el mundo se queda mirándote a
pleno rostro, gesticula pedazos de palabras incoherentes que tú no entiendes.
Hasta que una tarde si le entiendes clarito lo que te dice:
-¿Por
qué te tienen a vos aquí?
Y
ante esta pregunta te quedas paralizado, no porque el mundo te haya hablado,
sino porque siempre habías tenido la corazonada de que él te hacía compañía por
algo: llegaría el día que el mundo te mataría.
-
Te voy a matar.
Te
dijo hundiéndote la lezna una, dos veces en el estomago, y una tercera se clavó
en tu corazón, profundamente. Fue tan rápido que apenas y sentiste tres
ardorcitos. Te moriste tan aprisa que no tuviste tiempo de gritar ni de caer al
suelo, sino que te quedaste de pie, como una estatua, con la mirada fija, así
como me mirabas aquella tarde cuando me mataste.
Por
eso es que no me gusta la manera como me miras.
Juan
Manuel Tejada, El Peñol (Ant)
CUENTO: LOS QUE NUNCA SE FUERON
"
Hubo una vez un pueblo que fue humillado, vilipendiado, y hasta traicionado por
muchos de sus hijos, y finalmente destruido. Los verdugos no supieron qué hacer
con sus ruinas, éstas fueron recogidas por sus hijos y lo reconstruyeron a
partir de una fe: la madre."
Cuando
ellos nacieron, la madre estaba adulta; mejor dicho: estaba vieja; todavía
peor: no estaba muriéndose así porque así; y aquí viene lo requeté peor: había
sido condenada a muerte.
La
madre yacía tendida en el peñol, mirando lánguidamente sus hijos desde el fondo
de su ser atormentado y moribundo, con ganas de decirles muchas cosas, de
consolarlos, de acariciarlos, de alentarlos para que echaran para adelante a
pesar de todo.
-Hay
que continuar viviendo hijos suceda lo que suceda.
Tal
vez hasta quería levantar la mano para echarles una bendición para el camino,
como si los que estuvieran de viaje fueran ellos, pero ni siquiera eso podía
hacer.
La
malhadada noticia comenzó por un rumor que fue abriéndose paso hasta alcanzar
el tamaño de verdad amarga, como esa pequeña bola de nieve que desprendiéndose
de la cima del elevado cerro va rodando y rodando, enrollándose en el camino,
agrandándose con todo lo que encuentra en él, hasta hacer trepidar a su paso la
tierra toda. Era una realidad que abofeteaba, que escupía los rostros, que
apretaba los testículos hasta más allá del dolor y de las lágrimas. Los hijos
se mordían los labios corajudamente, intentando soportar el dolor, y, sin
embargo, no aguantaban; gritaban hasta más allá del grito, hasta más allá del
eco del grito, hasta donde el silencio se hace el haraquiri.
-¡Baaaassstaaaa!
Nadie
oía.
Tortura
aguda, brutal persistente
Al
ver que la enfermedad de la madre iba de mal en peor, enviaron cartas,
telegramas y razones personales a los hijos que estaban ausentes. Primero que
estaba enferma; luego desahuciada; y, por último, que en coma.
Era
la pesadilla: estaba viviendo dolorosamente su larga agonía; minuto a minuto,
en el tiempo; milímetro a milímetro en el espacio.
Cada
cual andaba con su propia angustia, y se acostaba con ella a darle vueltas a la
cama en una noche sin fin. Si estaban cultivando la tierra, el surco sollozaba;
en cada azadonazo la tierra gemía en un llanto quedito que mordía el alma; el
mundo está lleno de una angustia que arrugaba las frentes sudorosas, de una
negrura que ensombrecía las miradas.
-¿Qué
estás viendo en el cielo, papá que miras y miras?
-Esos
nubarrones……… tan grandes…….. tan negros…….
-Yo
no veo nada. El cielo está alto y azul.
-En
verdad está alto y azul, hijo.
-Sí
papá.
-Ah….
Entonces es que esos nubarrones tan grandes y negros, se me están saliendo de
aquí de adentro.
-¿-
Si
se sentaban, comenzaban a darle vueltas a la desesperación: allá en el cielo
una bandada de gallinazos daba vueltas y revueltas, en un rito de banquete,
pidiéndole al dios de los gallinazos una suculenta carroña.
-Mira
esos gallinazos…
-¡Uy!
¡pero qué tantos…!
-
Se están preparando para caer en picada sobre alguna mortecina.
-Sobre
nosotros. Sobre todos nosotros. Lo mismo que soñé.
-¿Cómo
así?
-….
Yo soñé que estaba desyerbando el maizal cuando divisé allá arriba, dando
vueltas el cielo, una manada de gallinazos. De repente cayeron sobre mí. Eran
montones y montones que me atacaban. Me defendía con el azadón haciéndolo girar
a mí alrededor. Les gritaba: ¡”hijueputas”!, ¡”malparidos”!, pero ellos no e
hacían caso, continuaban revoleteando, aporreándome con las alas, tirándome
picotazos, chillando saltando diabólicamente en una danza macabra. Pedí auxilio
pero nadie corrió a ayudarme. Entonces vi que a Luis Chaverra también lo
estaban atacando los gallinazos, y a Toño López, y a toda la gente. Continué
debatiéndome hasta cuando no pude más y caí rendido al suelo, pude echarle mano
a dos por el pescuezo, más los otros me estaban tragando los ojos, metiéndome
los picos hasta el cerebro. Sentía sus agudos picos en cada poro. El dolor me
inmovilizó y deje que hicieran. Me picoteaban el culo, se me estaban comiendo
las entrañas. Después comenzaron a picotearme el ombligo, introduciendo sus
cabezas en mi estomago, hurgaban hambrienta y rabiosamente, desflecaban mis
carnes, se tragaban mis tripas. Súbitamente dejaron de desguazarme, retirándose
apresuradamente, porque había llegado un Gual, su jefe inmediato, gallinazo
como ellos, pero más gallinazo, negro como ellos, pero no con la cabeza negra
sino roja; trepó por sobre mi cuerpo, lo recorrió con las alas abiertas, y
después comenzó a engullir mis víscera; pero también el Gual se retiró intempestivamente,
porque había llegado el más gallinazo de los gallinazos, más grande que ellos,
y no negro como ellos sino blanco, blanquísimo, daba saltos sobre mi cuerpo al
compas del aleteo de sus súbditos dirigidos por el Gual. Era el rey de los gallinazos.
Luego hubo un silencio reverente. El rey me introdujo su cabeza por el hueco
que los otros habían abierto en mi estomago, profundizando mi pico hasta lo más
hondo de mi ser, y lentamente me fue sorbiendo el alma, mientras yo me quejaba
suavecitamente….
-¡Ya!
Fue cuando yo te desperté. Saltaste de la cama asustado, miraste afuera de la
ventana, y volviste a tumbarte sobre la cama, sin poder conciliar el sueño,
porque cada que ibas a quedarte dormido te sobresaltabas.
-Aquella
noche no quisiste contarme nada, cómo te lo supliqué.
-Para
qué contar esa pesadilla tan horrible.
-No
sólo lo bueno es nuestro, también lo malo, lo terrible.
-Y
después caer en la cuenta que los gallinazos no sólo me devoraban a mí sino
también a la madre y a todos los hijos.
-Por
eso es que estamos vacíos, huecos.
-Sí.
-Antonio…..
Tengo miedo….
Tenías
mucho miedo porque la madre yacía ahí muriéndose, y ellos no podían hacer nada
por ella, ni contra la había condenado a muerte, pues éste era como un fantasma
que existía en alguna parte, metido en algún edificio de la capital, sin
dejarse ver, sino que enviaba a sus emisarios a medir a la Madre, a sacarle
pedazos de piel y carne, a tomarle la temperatura, a fotografiarla y a
radiografiarla, a sacarle sangre, y todas esas muestras se las llevaban a la
capital para ser sometidas a rijosos exámenes realizados por doctores en todo,
no examinaban a la madre para salvarla sino para matarla, para asesinarla; eran
verdugos que estaban ejecutando la orden, eran doctores y enfermeros con uniformes
de dril verde con rayitas blancas, y con un casco de capucha. De día o de
noche, a cualquier hora, regresan los otros hijos, de tierras lejanas, a ver a
la Madre, Quizás por última vez. Llegaban gentes que ni siquiera saben si eran
hermanas suyas, y se quedaban por ahí, mirando calculadoramente, confundidos
con los verdugos y los gallinazos, esperando el momento propicio para caer
sobre la pera Madre; Permanecían agazapados, afilando el pico, haciendo un
campo grande al hambre para luego engullir a la madre en una jartadera sin fin,
porque ellos se habían ido con hambre, y a donde fueron encontraron hambre,
regresaban con hambre; cuando recibieron la noticia que la madre estaba por
morirse emprendieron retorno a prisa, a ver que les tocaba, por eso estaban
allí como gallinazos, rezando una larga letanía de esperas bostezos y
ansiedades, barajando una hambre antigua y una esperadera que hundía sus raíces
en la súplica.
Entonces
fue cuando apareció Manuelito Loco, arengando al pueblo con palabras iluminadas,
pero las gentes no le quisieron entender su mensaje y hacían burla de él hasta
despertar sus iras, y lleno de furias atropelladas les mostraba sus gallinazos,
que de todas partes venían a velar a la Madre, posándose en cualquier parte a
esperar, les decía que esos animales les sacarían los ojos, que les picotearían
el culo buscándoles las entrañas, que los devorarían. La gente tampoco quiso
escucharle. De tanto hablar se le acabó la lengua a Manuelito Loco, aunque los
doctores explicaron que s e la habían sacado os gallinazos, ya no pronunciaba
sino una sarta de palabras incoherentes e inconclusas que salía amontonadamente
como si estuviera hablando un idioma triturado. No obstante aquella sorda
muchedumbre se tendrá que recordar que un domingo el gritó en media plaza:
-¡A
este pueblo se lo va a llevar el putas!
Fue
todo lo que grito, y lo metieron a la cárcel, porque el viejo Manuelito estaba
loco de remate, loquito, perdido, y con su locura estaba perturbando la paz
pública y ultrajando la tristeza que embargaba a unos hijos que estaban viendo
morir a su Madre. Por eso lo metieron a la cárcel, así no más. Pero a los pocos
días lo dejaron en libertad porque dizque se estaba comiendo el presupuesto
municipal, y también porque en la capital no lo quisieron recibir, porque allí
no cabían los locos, y que para poder asistirlos tuvieron que clasificarlos en
internos y externos, que así era que aconsejaban que lo declararan loco
externo, así como a todo el que se enloqueciera por la muerte de la Madre.
Cuando
Manuelito Loco salió de la cárcel corrió directo al templo a tocar las
campanas; el badajo hería los cobres y las campanas gemían una tristeza de
llanto mortecino, de pueblo al que se le estaba muriendo la esperanza, que es
lo último que debe morírsele a la gente. El cura salió a regañar a Manuelito,
pero él continuaba agarrando a las sogas, doblando y doblando, hasta cuando el
cura tuvo que sacarlo a los empellones, pero el volvía a tocar las campanas al
menor descuido, hasta cuando no hubo más remedio que quitar las sogas de las
campanas para acabar con la dobladera. La gente tampoco pudo comprender por
quien doblaban las campanas.
Luego
Manuelito Loco, echó a deambular por las veredas, señalando a los campesinos,
metiéndoles el dedo en el pecho, mostrándoles a sus esposas e hijos, sus
cultivos, y abrazando y besando el paisaje, pero nadie entendía lo que quería
decir. De noche tocaba a las puertas, despertando a todo el mundo, porque
estando la madre por morir debería estar en vela y no roncando como cerdos gordos,
como si la cosa no valiera la pena. Más nadie despertaba de su letargo.
Hasta
que un día amaneció muerto Manuelito Loco. Lo habían apuñalado
inmisericordemente. Pero su alma continuó deambulando, haciendo sonar un
cuerno, de colina a en colina, de cañada en cañada, de vega en vega, de casa en
casa.
-¡Pobre
Manuelito su alma está perdida en estas veredas!
-Debe
estar penando.
-Animas
del purgatorio ¿quién las pudiera aliviar?
-¡Que
el señor las saqué de penas y las lleve a descanzar!
-Amén.
De
la capital, ante la consternación de los hijos por la pronta muerte de la
Madre, el fantasma envió tres posibles madres, desmadradas ellas, sofisticadas,
maquilladas, con todos los atractivos de la cosmetología, para que el pueblo
eligiera una y remplazara a la Madre agónica. Fueron exhibidas al público y
públicamente fueron rechazadas, porque lo que el fantasma estaba llevando a
cabo era un concurso de belleza para entretener al pueblo mientras se le daba
muerte a la Madre verdadera, a la Madre .
-La
Madre no se cambia.
-La
madre es el pasado, el presente y el futuro.
-Seguramente
como los señores de las Empresas Públicas de la capital, son hijos de una
cualquiera, creen que nosotros también nos contentamos con cualquiera.
-¡Hijueputas!
-¡Malparidos!
Eso
dijeron rabiosamente los hijos de la madre, y heridos profundamente maldijeron
al fantasma y sus emisarios, que de muchas maneras trataron de presionarlos
para que escogieran una de esas madres prefabricadas y sin historia, ni futuro.
-¡Pueblo
idiota!
-¡Ahora
se quedarán sin Madre para siempre! ¡que se vayan al carajo!
-A
cada uno se le comprará su pedacito de Madre por cualquier cosa, y que se vaya
al diablo!.
-Se
le comprará primero a los más influyentes.
-Así
debilitaremos al pueblo.
-¡Eso
es! Qué le hace que a los más poderosos tengamos que pagarles mejor.
-Obvio,
mi querido doctor. Eso nos dará ventajas. Venderán y se irán. Desmoralizaremos
al pueblo.
-Lo
desesperaremos.
-Todo
mundo querrá vender, aprovechando los buenos precios.
-No
quedarán sino los pobres.
-Y
como los pobres poco o nada tienen, poco o nada se les dará.
-De
los pobres siempre es fácil deshacerse.
-¡Que
nos importan esos patisucios!
-Ya
se les podrá decir que la Madre morirá ahogada.
-Sí,
¡que lo sepan de una vez!
-Doctor….¿y
si ellos reaccionan?
-Ya
está conversado con el gobernador. Hay mil soldados listos.
-¡La
Madre ha sido condenada a morir ahogada!
-¡El
agua ya viene subiendo por las cañadas!
-¡Allá
asoma!.
-Los
gallinazos agitaron gozosamente las alas y se lanzaron sobre el cuerpo de la
Madre a celebrar el festín de un suculento banquete. Hicieron un barullo de mil
demonios hambrientos. Ni siquiera dejaron que acabara de morir sino que
vaciaron sus ojos a picotazos y comenzaron a devorarla viva. Desgarraron sus
partes blandas y vulnerables. Cada cual engulló su parte y pellizco la ajena,
se embuchó y se fue. Los hijos fieles les gritaban espantándolos, pero sus
gritos se perdían en la batahola infernal, sólo a duras penas alcanzaban a
defender su pedacito de Madre. Su pequeña propiedad era atacada por los voraces
gallinazos que lograban sacar buenas tajadas. Fue una lucha sin cuartel,
despiadada, larga, muy larga y dolorosa. Algunos gallinazos embuchaban y se
iban ahítos, levantaban vuelo y se perdían en el horizonte ante la mirada
triste de los hijos fieles. Si muchos se fueron, otros llegaban. La lucha
continuaba, era una lucha de todos los días y de todas las noches. Los
emisarios no daban abasto comprando los pedazos de Madre que los gallinazos
traían. Estos se arremolinaban en las puertas de las oficinas, esperando el
turno para vender su presa. Desde lejos, los hijos leales miraban atónitos la
rebatiña.
-No
estamos quedando sino los pobres.
-No
importa. Aquí permaneceremos.
Quienes
vendían se iban sonrientes, diciendo a quienes no querían vender que se
apresuraran, que de pronto a los señores de Empresas Públicas se les acababa el
dinero, que más tarde nada les darían por las propiedades.
Quienes
se quedaban, lo hacían porque estaban muy apegados a la Madre, a la que nunca
dieron la espalda aún en los momentos más cruciales, tal como era éste, aunque
ahora sus pechos no fueran robustos, siempre les habría brincado
desinteresadamente la poca leche que tenía, con esa leche ellos se habían
criado y criado a sus hijos, y estos criarían a los suyos, y así de generación
en generación.
-Nos
está llevando el putas.
-En
otra parte también nos llevará.
-Con
razón el padre Pacho siempre nos está diciendo que no la dejemos caer, que
aguantemos hasta el último momento. Por eso no podemos ir a la capital porque
en unos diítas nos comeríamos lo poco que nos queda, allá no hay trabajo,
además, no sabemos sino trabajar la tierra. Todos los días estaremos más
pobres, entonces nuestras hijas tendrán que putiar, y éste sería un precio muy
amargo por el pan que nos llevemos a la boca.
-Pobreza
trae miseria.
El
jefe de los emisarios, el antes fantasma oculto, ya se estaba dejando ver con
frecuencia en El Peñol, iba a beber aguardiente, a burlarse de las gentes y a
tratar de ladrones a los curas. Reía carcajadas y decía:
-¡No
se los dije! ¡Todos estos acabarán por irse!
-Todavía
hay mucha gente, doctor.
-Es
que estas malditas gentes son como las niguas: las sacan de un dedo y aparecen
en otro.
-Pues
acabaremos con los pies.
-Es
que mientras estén esos curas…
-Sencillo….sencillo….
Una insinuación al Obispo, muy respetuosa y generosa, y ¡para fuera estos
malditos curas ladrones!
-Temo,
señor gerente, que con éstos no resultará.
-Si
con los otros a resultado, ¿por qué no con estos? ¡Todos los curas están
cortados con la misma tijera!
-Pues….
-¿Qué?
¿duda usted? ¿Duda usted de lo que soy capaz? Para mí no existen los problemas.
Destruiré este pueblo para levantar la gran central Hidroeléctrica del Nare.
Esto es lo que importa. Este pueblito importa un carajo. Si para salir adelante
tengo que chuparle la sangre a la madre, se la succionaré, como hacen los
gallinazos con las mortecinas, ¿queda claro?.
-Sí,
señor gerente, muy claro.
-¡No
necesito sino que llueva y llueva para ahogar a este maldito pueblo!
-Pero……
¿y los pobres?
-A
los pueblos los ahogará el agua! ¡Ja-ja-ja!
Entonces
las aguas del embalse empezaron a subir por los costados de la Madre,
lentamente fueron cubriendo sus partes bajas. Los hijos fieles huían de las
aguas como animales de una inundación, pero no abandonarán a la Madre. Estaba
decidido que resistirían hasta el último momento. Y este último momento sería morir
abrazados a la Madre. Los alentaba el hecho de que el alma permanecía erecta,
hundiendo sus cúpulas en el cielo.
Los
hijos habían levantado una cruz de madera y la habían clavado en la coliuna,
para permanecer al pies del madero hasta la muerte, pero el Alcalde, emisario
sumiso y bestia domada por el fantasma de la capital, había recibido órdenes de
no permitir que el pueblo sobreviviera asido a alguna cosa. Por eso corrió y
cortó la cruz a hachazos y se la echó al hombro para llevarla a algún lugar donde
la gente no pudiera hallarla jamás.
-¡Lo
juro, hombre! ¡Yo o vi llevando la cruz a cuestas!
-Eso
no puede ser! Ese alcaldote se fue de aquí hace mucho tiempo!
-Eso
es lo que yo digo, pero mi hijo también lo vio subiendo por el camino de las
sepulturas, con la cruz al hombro.
-Bueno….
Si lo vieron dos personas y en distintos días….
-Es
difícil creerlo…. Pero hay que creerlo.
-Pues
algún día se lo encontrarán también por esos caminos. El tiene que pagar sus
fechorías, era un vendido a Empresas Públicas.
-Sí,
ese hombrecito las pagará todas juntas.
Arriba,
en el ancho cielo azul, un enjambre de gallinazos revoleteaba trazando
círculos, con sus ojos avizores fijos en el peñol, porque el dios de los
gallinazos les había prometido que algún día, en este lugar, ellos celebrarían
el más esplendido banquete que jamás se haya visto, porque aquí una enorme
mujer, madre de muchos hijos, sería ahogada por un embalse, pero mientras la
iba cubriendo la represa, ellos podrían degustar la suculenta carroña. Por eso
estaba divisando a la madre que agonizaba y resolvieron caer sobre ella. Le
vaciaron los ojos, le picotearon el ano, y principiaron a devorarle las
entrañas, luego le horadaron el ombligo, pero apareció el Gual y hubo que
dejarlo que engullera las vísceras, pero de pronto interrumpió, porque había
llegado el Rey, todos tuvieron que distanciarse y lo aplaudieron con una
ovación de alas; el Rey danzaba, pavoneándose como gerente, e introdujo su pico
en el cuerpo de la madre y lentamente le fue succionando el alma, tal como lo
había profetizado el mismo gerente de empresas públicas.
Poco
tiempo después, para sorpresa de todos los gallinazos, los hijos fieles a la
Madre, los que nunca se fueron, levantaron un monumento a la Madre.
-Y
la madre sonreía.
-Y
los hijos fieles sonreían.
Juan
Manuel Tejada Giraldo, El Peñol (Ant)
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