miércoles, 4 de noviembre de 2015

LEYENDAS, MITOS Y CUENTOS DE EL PEÑOL ANTIOQUIA

LEYENDA: El DUENDE

Cuentan algunas personas de la comunidad, que un día como a eso de las 5:30 de la tarde llegó un señor bajito,con un sombrero, pantalón roto y camisa para subir a la Piedra, pero al señor no le alcanzaba la plata pagar el ingreso, se puso a llorar para que lo dejaran pasar y las personas encargadas lo dejaron subir, con la condición de que bajara con los trabajadores de la cima; al bajar los trabajadores, les preguntaron por el viejito y ellos dijeron que allá no había llegado nadie, les pareció extraño: a las ocho de la noche subían por el sector de la curva  (via hacia la piedra) dos muchachos y sintieron que cayo algo desde arriba, fue tal el susto, que salieron corriendo por distintos caminos y contaron a otras personas, quienes por curiosidad se fueron a mirar volvió a caer algo desde allá, al igual que los demás, corrieron y se encerraron en sus casas, al otro día contaron que habían visto al duende  caminando por todas partes, sin camisa y sin zapatos ... y desde entonces se dice que el duende anda buscando el oro que hay en la piedra.

Leidy Julieth Giraldo Hincapie



LEYENDA: EL AEROPUERTO DE LAS BRUJAS 

Cuentan los abuelos de la localidad que todos los días después de las nueve de la noche, se ven llegar a las brujas a la cima de la piedra, ellas se reúnen allí y salen a sobrevolar toda la zona, cuando están en el aire, se ven destellos de luz que salen desde sus escobas, sus carcajadas son extravagantes y es por esto, que al sitio se le ha llamado el "aeropuerto de las brujas"
Leidy Julieth Giraldo Hincapie




LEYENDA: EL HACHA DEL DIABLO






Cuentan que el diablo nunca estuvo de acuerdo con que la piedra fuera visitada por tantas personas  y quiso tumbarla con un hacha y llevársela para otra parte, todas las noches iba a trabajar para cumplir su funesto deseo, pero el nunca supo que en el día dios se encargaba de borrar el trabajo que realizaba y es por eso que la piedra aun esta en este lugar.

Leidy Julieth Giraldo Hincapie










MITO: LA MADRE MONTE

Toda vestida de hojas y de líquenes, vive en la prdeundidad de los bosques. La cabellera, víctima de soles y lunas, le oculta el rostro. Ese es su enigma: podemos escuchar el grito de fiera entre los árboles, ver la silueta que se pierde en la espesura, pero nadie ha visto nunca su rostro cubierto de musgo y sombra.

La Madremonte ama las grandes piedras de los ríos, construye sus aposentos en los nacimientos de las quebradas, se distrae con el silbido de las mirlas y los azulejos. Algunos han creído escucharla cuando imita el canto de los grillos en las tardes de verano y cuando persigue las luciérnagas en las noches sin luna.

Como vigilante de las selvas, la Madremonte cuida que no desaparezca la lluvia y el viento, orienta los periodos de celo de los animales del monte, grita de dolor cuando cae alguna criatura de su dominio. Por eso, odia a los leñadores y persigue a los cazadores: a todos aquellos que violan los recintos secretos de las montañas.

Cuando la Madremonte está poseída de furia, dicen los que han padecido su venganza, se transforma: los ojos despiden candela y con las manos de puro hueso, se agita de rabia entre los matorrales. Se desencadenan entonces, los vientos y las tormentas. Los ríos y las quebradas traen inundaciones, arrasan las cosechas y el ganado. Todo parece como si se anunciara el estremecimiento de la tierra y los astros.


MITO: EL HOJARASQUÍN DEL MONTE

Se alimenta de flores y de bayas doradas de los bosques profundos. Tronco de guayacán con cabeza de hombre cubierta de chamizos y salvajina, el deicio del hojarasquín es cuidar el bosque y los animales selváticos. Atento al chillido de las golondrinas en los farallones del río, sabe cuándo se acerca el depredador de la flora y cuando debe auxiliar al sabanero, anhelante víctima de los perros del cazador. Amante de los vuelos, el Hojarasquín algunas veces se cansa de ser árbol y entonces disputa con los loros, intenta saltar con los venados en las tardes de sol.
Los campesinos saben de estos movimientos por la algarabía de los arrendajos y pájaros tijeras, por la inmensa batahola de los samanes con el viento. Amo de las hojas y el rumor de las aves en las montañas, el Hojaraquín muere cuando hay talas o destrucción de los montes. En forma de tronco seco, permanece oculto hasta cuando resurge la floresta.


MITO: LA MUELONA 

Antes de convertirse en endriago, la Muelona fue una mujer esbelta que animaba pendencias y garitos. Sabía leer la suerte, gozaba con las peleas de los gallos y sobre todo enloquecía a los hombres con con su voz nocturna y la risa salvaje que alumbraba la noche.
Ahora, celestina de los bosques, vaga por entre los ríos, acecha sigilosa por entre los pantanos, las encrucijadas y los árboles de tronco podrido. Bella como antes del hechizo, con la risa fastuosa y la voz de contralto, atrae de nuevo a los hombres. Antropófaga de los charcos, en noches sin estrellas, en crepúsculos estremecidos por la lluvia, los llama con insinuaciones de abismo. Entre los susurros y las adormideras, allí los devora con los dientes de bestia y la mandíbula feroz.
Cómplice de la mandrágora, seductora del Valle de los Helechos, nadie conoce mejor que la Muelona los secretos de la lujuria, los lazos de su risa maléfica y los precipicios. Por eso, sonríe malvada entre los cactus. Sabe que la atracción es irresistible. Que de nada valen conjuros y talismanes ante la tentación de su presencia en medio de la tarde.



MITO: LA CANDILEJA 


Mártir de la violencia, la Candileja es el espectro de una mujer asesinada en el Valle de las Tristezas. Dicen que fue quemada viva con los hijos dentro de su casa. Desde entonces, convertida en fuego frecuenta los lugares en ruinas, las crecientes de los ríos y los caminos solitarios. Aparece en el alba cuando aún el gallo no ha cantado y como un meteoro se estrella con los cercos, se agita en el copo de los árboles o se echa a rodar por los pastos.

Amiga de los cocuyos, la Candileja en los días de viento quisiera ser coro de enredadera, canto de arrendajo en la montaña. Zarza ungida de violencia, aunque la Candileja nunca se apacigua en su dolor ígneo, algunas noches en que los ríos están apacibles y cubiertos de cámbulos, de aromas de dindes, ella quisiera detenerse y tomar agua y tal vez bañarse en la sombra para quitarse tanto ardor y despojarse de toda la ceniza.

Reina salvaje coronada de rescoldos que se avivan con la memoria, la Candileja, sin embargo, espanta a los caballos y los jinetes que se aventuran en la noche. Inicia las quemas de los bosques: Grandes incendios, grandes sequías, precipita su presencia de llama en los tiempos en que se aviva su dolor. Por eso los hombres le temen. Saben que ni los rezos ni las bendiciones ahuyentan su furia.

CUENTO: TICKED TO RIDE

Acérquese, dama, caballero. En este buen día le tenemos una mala propuesta para usted. Acérquese y viaje por un módico precio, sólo tendrá que darnos sus ojos, su mente y su corazón, el alma se le cobrará cuando esté allí. El tour incluye su pérdida total de tiempo, su insatisfacción total por la vida y si su vida y su tiempo están alquilados a cambio de pasión a otra persona, no se preocupe, le quitamos esta penosa pena de encima; al vacío primero él o ella y luego usted. El lugar está situado en lo más oscuro del planeta, sin embargo, el lugar tiene un cálido clima y el aire que se respirará será igual; allí encontrará ríos y mares de sangre purulenta, colinas y montañas de gente sin piel, que gritan “no” queriendo decir “sí”. No haga caso a la competencia, para qué ir a un lugar con cientos y cientos de mujeres con himen. Nosotros le ofrecemos las más deliciosas putas en su defecto, los más finos demonios, cócteles ponzoñosos, comidas mal sanas y una que otra visita al trono del rey…. no parará de devorar, no tiene que dejar de “descansar”, sexo ilimitado, si le gustó lo de otro tómelo si puede. Todo podría ser suyo, su saña es nuestra principal fuente de estabilidad económica, permítasela para que nuestro trabajo continúe… si se extravía en el lugar o la lengua que se habla no es clara para usted, se le aconseja mirar en el folleto que tiene en sus manos y leer sólo la portada. Fructifique esta magnífica oferta, el viaje se ha realizado en pocas ocasiones con un regreso sano. Si no logró ir en una ocasión anterior, le deseamos muy cortésmente que disfrute una nueva “Temporada en el infierno...”
Hermano, hermano, también conocí el infierno, el infierno de ellas. Mi problema como el tuyo es no poseer guía divina, ser el nuevo amante de Satán y tal vez no estar a punto de morir, estando ya tan muerto y podrido. Adicionalmente también ostento otra dificultad, no he regresado del viaje, ni rio llorado de los viejos amores mentirosos o de lo ya pasado, escribo estos torcidos renglones desde una de las jeringonas playas del tártaro. Busco aún respuesta en lugares que no distingo ni aprecio, en sitios colmados de dudas, sin tiempo.
Dicen que el retozón tiempo, está en nuestro poder y que podemos arrebatarlo para tomarnos el tiempo de vivir en paz. Parece lo contrario, el tormentoso Cronos se apodera de nuestras vidas para divertirse en paz. ¡Ja¡, y nosotros buscando entretenernos con unos cuantos peces girando en un espacio sin rumbos que concluir.
Cual tic-tac de reloj, el tiempo da sus crueles pasos si razón.
Aplastando visiones, apegos, existencias…..sin compasión.
El tiempo sin retroceder, llega siempre al mismo punto.
¡Oh¡ incompasivo tiempo, provéeme de tiempo para conseguir tiempo.
Tus atronadores marchas de bello verdugo,
Aturden tanto los oídos….no conseguimos oír.
Tú voz trivial y repetida, hace tan efímeras la vidas.
Solo provocas miedo.
Incompasivo lobo contra piel humana.
Odiamos el tiempo.

Wilson Bedoya, El Peñol (Ant)


CUENTO: POR ESO NO ME GUSTA 

Por eso no me gusta la manera como me miras. Porque cada vez que llegas al café Pilsen, golpeas furiosamente la mesa pidiendo aguardiente; luego volvías a golpearla, repetidamente, con la copa, pidiendo más, y así, hasta nunca acabar; siempre mirándome de soslayo, siempre jopeándola, como si esa mesa fuera yo.
Y cuando nos encontrábamos en el camino, yendo yo con la Marcela, tú la saludabas zalameramente, regándote el sexo por todo el cuerpo y te relamías como un hombre hambriento ante un apetitoso plato. Luego me echabas una mirada burlona, achicándome, como si yo fuera un bagazo. Hasta cuando no te aguantaste ante la Marcela y le dijiste un día:
-Mirá, Marcela, si no dejas a ese pendejón, te hago maleficios. Recuerda que estuve en el Chocó, donde el brujo Macario, que me enseño un montón de cosas malas.
Entonces la Marcela, toda llena de miedo, se fue yendo de mi lado, dejándome jodido en una soledad apabullante y en una angustia de noches largas como ríos que se van y siempre se están yendo.
Pero tu gozo llegó al colmo cuando te diste cuenta que la rehuida de la Marcela me estaba haciendo mucha mella, que me estaba consumiendo como una lombriz de invierno a pleno sol, mientras tú le arrebatabas el ala y le currucuteabas incesantemente.
Ahí en ese altico, desde donde se divisa la casa de la Marcela, te pasabas las tardes con los hijos fijos en el corredor de la casa, esperando que ella saliera a sentarse a la tarima para tú caerle, a pesar de que sabías que sus padres no te querían y te miraban con mal ojo.
Tienes que acordarte que cuando me veías venir, te detenías a la vera del camino haciéndote el bobo – lo que es muy fácil para ti- mirando las lejanas montañas, o desviabas el rumbo, con tal de no toparte con migo, pensando que la íbamos a tener buena un día de éstos. Mas cuando te diste cuenta que la cosa era distinta y que podías hacer lo que te diera la gana –esa porquería de gana tuya- te tornaste más ofensivo.
Por eso fue que aquella tarde, cuando me viste venir por el camino, ya no te hiciste el bobo, ni tomaste por ningún atajo, sino que con las manos en jarra me esperaste todo envalentonado para decirme:
-Vos me caés muy gordo, y los gordos me indigestan.
Y yo, sin decirte nada, intenté pasar por tu lado. Pero tú me estrujaste con la rodilla, y desenfundando el machete me mandaste un lapo que me desgajó el hombro, y, golpe a golpe, me fuiste matando, así no más. Hasta cuando caí a tierra, desangrándome por las heridas. La vida se me iba escapando como un globo que se va desinflando. Con la mirada turbia yo seguía mirando desde el último pedacito de vida que me quedaba.
Verraco que es uno: no te imploré clemencia.
Luego te agachaste a mirar, a ver cómo se muere un hombre. Seguramente no te pareció nada agradable ver que mis ojos te continuaban mirando persistentemente, tuviste el presentimiento que esa mirada se te iba quedar en la memoria persiguiéndote en todas partes, y para evitarlo, me vaciaste los ojos con la punta del machete. Limpiaste el arma en la yerba del camino, escupiste y te fuiste, como si nada hubiera sucedido.
Ya muy entrada la noche me encontró don Rosendo, el papá de la Marcela, y lleno de espanto apenas y pudo reconocerme y corrió con la noticia –casi que no pudiendo con ella- para ir a avisarle a mis padres, que estaban comiendo, el pan se les quedó en la boca, y se atontaron por un momento mientras le daban vueltas al asunto para comprenderlo bien.
Papá preguntó:
-¿Dónde? ¿Quién?
Mamá se escudó en un grito inconcluso – porque la noticia le desgarró las entrañas-y el otro pedazo se le quedó enredado allá adentro, en alguna parte.
La noticia se regó por todos los caminos. Un aire de muerte enrareció el mundo. Era como si todo estuviera lleno de caras largas y ojos asustados. Un silencio de muerte batió sus fúnebres alas como un ave agorera que hiende la noche, y en cada rostro abanicó la tristeza. Cada cual intento recordar la última vez que me vio.
La gente se apretujaba a mi alrededor, todos querían ver mi cuerpo macheteado. Tú mismo te empinaste por encima de los demás para ver qué tan muerto me habías dejado, y dijiste:
-¡Caray! Lo volvieron añicos….
Después colaboraste con las autoridades en el levantamiento del cadáver, haciéndote el yo- no fui. Incluso ayudaste a traer mi cuerpo hasta mi propia casa, envuelto en ruanas, entre ellas estaba la tuya.
El viejo Evaristo serruchaba y clavaba tablas haciendo el ataúd. Las mujeres rezaban y consolaban a mi pobre madre, que alelada, partía sollozos en pedazos trisados que querían salir a las vez, atropelladamente, hasta casi ahogarla.
Los hombres en el patio, se envolvían hasta la cabeza con la ruana protegiéndose del sereno, al chupar sus tabacos, las brasas relampagueaban como cocuyos en la noche, dejando ver sus caras magras, con una barba de varios días.
El barullo se armo cuando vino la Marcela, anegada en llanto y con el hipo de sollozos, tomó mi rostro frió entre sus manos tibias, refregando sus lágrimas en mi cara y manos muertas para siempre.
Tú no te aguantaste y tuviste que salir hasta el patio y allí te reuniste con los demás hombres, todo taimado.
Al rato el ataúd estaba terminado y me hundieron en él como si fuera el anticipo de la tumba. Alguien había hecho una pequeña cruz de muerte, la colocaron entre mis manos, haciendo creer que la tenían cogida. Ya de mañana trajeron la guadua, amarraron el ataúd en ella y con una despedida de amargos adioses salió el cortejo hasta el pueblo. Allí ibas tú. Algo más: sustituiste al tío Leo en la carga del féretro, con la guadua que se hundía en tu hombro (¿recuerdas el primer machetazo que me diste? ¡Qué vas a recordarlo tú!) Mirabas cómo se bambaleaba el ataúd que se colgaba de ella. Me cargaste mucho rato hasta que otro hombre puso el hombro no más tras el tuyo y te relevó.
¡Carajo! Estuviste en la iglesia, también diciendo con el cura latinajos y españoles y cada que él rociaba agua bendita tú te echabas la bendición y rezaste por mi alma, como si nada hubiera sucedido.
Días después cuando las autoridades pesquisaban y hurgaban con la mirada y escarbaban con preguntas, buscando al culpable, tu las despediste diciendo que ciertamente eras amigo mío, pero que no sólo tú sino que fulanos y zutanos también lo eran. Y ya se iba llegar a la conclusión que tal vez ni nadie mi hubiera matado, cuando tu padre encontró el machete ensangrentado, sangre mía, sangre ya seca, no del todo negra, pero tampoco roja, y con los ojos que luchaban por escarpársete de sus órbitas le negaste todo, hasta cuando la firmeza del viejo te hizo temblar:
- ¿Qué te hizo ese muchacho?
- Precisamente, nada. Pero me fui llenando de odio hasta más no poder. Creo que por la Marcela.
- Yo mismo te presentaré ante las autoridades.
- ¡No . eso jamás!
Como trataste de huir, él te encuelló y te lleno de trompadas esa boca, esa nariz, toda esa cara, hasta cuando tu caíste de rodillas, no por los remordimientos – pues los hombres como tú n sienten esas cosas- sino por los golpes, y dejaste, ya derrotado y vencido, que se hiciera la voluntad de tu padre y no la tuya.
Tu padre pidió, gritando, una soga y te amarró de pies y manos sobre la enjalma de la yegua colorada, porque de todas maneras te presentaría ante las autoridades. Así atravesado sobre la enjalma salió para el pueblo contigo.
-Qué esto es una vergüenza, papá. ¿Cómo vas a llevarme así?
-¿y tú te atreves a hablar de eso?
Al verlo ir por el camino la gente pensó que se trataba de otro asesinato.
- No, mijo. Es parte de el primero- respondía el viejo con asomo de verraquera en la cara y en la voz.
Cuando entraron al pueblo, mucha gente los seguía. El viejo llegó hasta el juzgado, te desamarró y te bajó.
- Señor juez. Aquí está.
- ¿Y qué prueba trae el señor?
- Él se lo dirá todo. Además como para comenzar, aquí le traigo este machete que él tenía escondido. El ha matado a un hombre bueno y tirado sobre todos nosotros el estiércol del oprobio.
Y el pobre viejo no pudo contener las lágrimas.
Por eso te has pasado en esta cárcel de la capital tantos años. Lejos pero muy lejos de los tuyos, donde nadie viene a visitarme. A pesar de todo, tu madre se resolvió a escribirte unas cartas todas de lágrimas y abrazos, porque eso son las madres, lágrimas y abrazos para sus hijos, así sean como tú, o lleven mucho tiempo de estar muertos como yo. Te pasas los días y los años asoleándote, pero no tratando de borrar arrepentimientos, porque vuelvo a repetirte que tú no tienes remordimientos.
Sólo ese preso que llaman el Mudo viene a sentarse a tu lado y comienza a hacer rayitas como tú. Y cuando van a ser las cinco y media de todos los días, precisamente a la misma hora que me mataste, el mundo se queda mirándote a pleno rostro, gesticula pedazos de palabras incoherentes que tú no entiendes. Hasta que una tarde si le entiendes clarito lo que te dice:
-¿Por qué te tienen a vos aquí?
Y ante esta pregunta te quedas paralizado, no porque el mundo te haya hablado, sino porque siempre habías tenido la corazonada de que él te hacía compañía por algo: llegaría el día que el mundo te mataría.
- Te voy a matar.
Te dijo hundiéndote la lezna una, dos veces en el estomago, y una tercera se clavó en tu corazón, profundamente. Fue tan rápido que apenas y sentiste tres ardorcitos. Te moriste tan aprisa que no tuviste tiempo de gritar ni de caer al suelo, sino que te quedaste de pie, como una estatua, con la mirada fija, así como me mirabas aquella tarde cuando me mataste.
Por eso es que no me gusta la manera como me miras.

Juan Manuel Tejada, El Peñol (Ant)

CUENTO: LOS QUE NUNCA SE FUERON 

" Hubo una vez un pueblo que fue humillado, vilipendiado, y hasta traicionado por muchos de sus hijos, y finalmente destruido. Los verdugos no supieron qué hacer con sus ruinas, éstas fueron recogidas por sus hijos y lo reconstruyeron a partir de una fe: la madre."
Cuando ellos nacieron, la madre estaba adulta; mejor dicho: estaba vieja; todavía peor: no estaba muriéndose así porque así; y aquí viene lo requeté peor: había sido condenada a muerte.
La madre yacía tendida en el peñol, mirando lánguidamente sus hijos desde el fondo de su ser atormentado y moribundo, con ganas de decirles muchas cosas, de consolarlos, de acariciarlos, de alentarlos para que echaran para adelante a pesar de todo.
-Hay que continuar viviendo hijos suceda lo que suceda.
Tal vez hasta quería levantar la mano para echarles una bendición para el camino, como si los que estuvieran de viaje fueran ellos, pero ni siquiera eso podía hacer.
La malhadada noticia comenzó por un rumor que fue abriéndose paso hasta alcanzar el tamaño de verdad amarga, como esa pequeña bola de nieve que desprendiéndose de la cima del elevado cerro va rodando y rodando, enrollándose en el camino, agrandándose con todo lo que encuentra en él, hasta hacer trepidar a su paso la tierra toda. Era una realidad que abofeteaba, que escupía los rostros, que apretaba los testículos hasta más allá del dolor y de las lágrimas. Los hijos se mordían los labios corajudamente, intentando soportar el dolor, y, sin embargo, no aguantaban; gritaban hasta más allá del grito, hasta más allá del eco del grito, hasta donde el silencio se hace el haraquiri.
-¡Baaaassstaaaa!
Nadie oía.
Tortura aguda, brutal persistente
Al ver que la enfermedad de la madre iba de mal en peor, enviaron cartas, telegramas y razones personales a los hijos que estaban ausentes. Primero que estaba enferma; luego desahuciada; y, por último, que en coma.
Era la pesadilla: estaba viviendo dolorosamente su larga agonía; minuto a minuto, en el tiempo; milímetro a milímetro en el espacio.
Cada cual andaba con su propia angustia, y se acostaba con ella a darle vueltas a la cama en una noche sin fin. Si estaban cultivando la tierra, el surco sollozaba; en cada azadonazo la tierra gemía en un llanto quedito que mordía el alma; el mundo está lleno de una angustia que arrugaba las frentes sudorosas, de una negrura que ensombrecía las miradas.
-¿Qué estás viendo en el cielo, papá que miras y miras?
-Esos nubarrones……… tan grandes…….. tan negros…….
-Yo no veo nada. El cielo está alto y azul.
-En verdad está alto y azul, hijo.
-Sí papá.
-Ah…. Entonces es que esos nubarrones tan grandes y negros, se me están saliendo de aquí de adentro.
-¿-
Si se sentaban, comenzaban a darle vueltas a la desesperación: allá en el cielo una bandada de gallinazos daba vueltas y revueltas, en un rito de banquete, pidiéndole al dios de los gallinazos una suculenta carroña.
-Mira esos gallinazos…
-¡Uy! ¡pero qué tantos…!
- Se están preparando para caer en picada sobre alguna mortecina.
-Sobre nosotros. Sobre todos nosotros. Lo mismo que soñé.
-¿Cómo así?
-…. Yo soñé que estaba desyerbando el maizal cuando divisé allá arriba, dando vueltas el cielo, una manada de gallinazos. De repente cayeron sobre mí. Eran montones y montones que me atacaban. Me defendía con el azadón haciéndolo girar a mí alrededor. Les gritaba: ¡”hijueputas”!, ¡”malparidos”!, pero ellos no e hacían caso, continuaban revoleteando, aporreándome con las alas, tirándome picotazos, chillando saltando diabólicamente en una danza macabra. Pedí auxilio pero nadie corrió a ayudarme. Entonces vi que a Luis Chaverra también lo estaban atacando los gallinazos, y a Toño López, y a toda la gente. Continué debatiéndome hasta cuando no pude más y caí rendido al suelo, pude echarle mano a dos por el pescuezo, más los otros me estaban tragando los ojos, metiéndome los picos hasta el cerebro. Sentía sus agudos picos en cada poro. El dolor me inmovilizó y deje que hicieran. Me picoteaban el culo, se me estaban comiendo las entrañas. Después comenzaron a picotearme el ombligo, introduciendo sus cabezas en mi estomago, hurgaban hambrienta y rabiosamente, desflecaban mis carnes, se tragaban mis tripas. Súbitamente dejaron de desguazarme, retirándose apresuradamente, porque había llegado un Gual, su jefe inmediato, gallinazo como ellos, pero más gallinazo, negro como ellos, pero no con la cabeza negra sino roja; trepó por sobre mi cuerpo, lo recorrió con las alas abiertas, y después comenzó a engullir mis víscera; pero también el Gual se retiró intempestivamente, porque había llegado el más gallinazo de los gallinazos, más grande que ellos, y no negro como ellos sino blanco, blanquísimo, daba saltos sobre mi cuerpo al compas del aleteo de sus súbditos dirigidos por el Gual. Era el rey de los gallinazos. Luego hubo un silencio reverente. El rey me introdujo su cabeza por el hueco que los otros habían abierto en mi estomago, profundizando mi pico hasta lo más hondo de mi ser, y lentamente me fue sorbiendo el alma, mientras yo me quejaba suavecitamente….
-¡Ya! Fue cuando yo te desperté. Saltaste de la cama asustado, miraste afuera de la ventana, y volviste a tumbarte sobre la cama, sin poder conciliar el sueño, porque cada que ibas a quedarte dormido te sobresaltabas.
-Aquella noche no quisiste contarme nada, cómo te lo supliqué.
-Para qué contar esa pesadilla tan horrible.
-No sólo lo bueno es nuestro, también lo malo, lo terrible.
-Y después caer en la cuenta que los gallinazos no sólo me devoraban a mí sino también a la madre y a todos los hijos.
-Por eso es que estamos vacíos, huecos.
-Sí.
-Antonio….. Tengo miedo….
Tenías mucho miedo porque la madre yacía ahí muriéndose, y ellos no podían hacer nada por ella, ni contra la había condenado a muerte, pues éste era como un fantasma que existía en alguna parte, metido en algún edificio de la capital, sin dejarse ver, sino que enviaba a sus emisarios a medir a la Madre, a sacarle pedazos de piel y carne, a tomarle la temperatura, a fotografiarla y a radiografiarla, a sacarle sangre, y todas esas muestras se las llevaban a la capital para ser sometidas a rijosos exámenes realizados por doctores en todo, no examinaban a la madre para salvarla sino para matarla, para asesinarla; eran verdugos que estaban ejecutando la orden, eran doctores y enfermeros con uniformes de dril verde con rayitas blancas, y con un casco de capucha. De día o de noche, a cualquier hora, regresan los otros hijos, de tierras lejanas, a ver a la Madre, Quizás por última vez. Llegaban gentes que ni siquiera saben si eran hermanas suyas, y se quedaban por ahí, mirando calculadoramente, confundidos con los verdugos y los gallinazos, esperando el momento propicio para caer sobre la pera Madre; Permanecían agazapados, afilando el pico, haciendo un campo grande al hambre para luego engullir a la madre en una jartadera sin fin, porque ellos se habían ido con hambre, y a donde fueron encontraron hambre, regresaban con hambre; cuando recibieron la noticia que la madre estaba por morirse emprendieron retorno a prisa, a ver que les tocaba, por eso estaban allí como gallinazos, rezando una larga letanía de esperas bostezos y ansiedades, barajando una hambre antigua y una esperadera que hundía sus raíces en la súplica.
Entonces fue cuando apareció Manuelito Loco, arengando al pueblo con palabras iluminadas, pero las gentes no le quisieron entender su mensaje y hacían burla de él hasta despertar sus iras, y lleno de furias atropelladas les mostraba sus gallinazos, que de todas partes venían a velar a la Madre, posándose en cualquier parte a esperar, les decía que esos animales les sacarían los ojos, que les picotearían el culo buscándoles las entrañas, que los devorarían. La gente tampoco quiso escucharle. De tanto hablar se le acabó la lengua a Manuelito Loco, aunque los doctores explicaron que s e la habían sacado os gallinazos, ya no pronunciaba sino una sarta de palabras incoherentes e inconclusas que salía amontonadamente como si estuviera hablando un idioma triturado. No obstante aquella sorda muchedumbre se tendrá que recordar que un domingo el gritó en media plaza:
-¡A este pueblo se lo va a llevar el putas!
Fue todo lo que grito, y lo metieron a la cárcel, porque el viejo Manuelito estaba loco de remate, loquito, perdido, y con su locura estaba perturbando la paz pública y ultrajando la tristeza que embargaba a unos hijos que estaban viendo morir a su Madre. Por eso lo metieron a la cárcel, así no más. Pero a los pocos días lo dejaron en libertad porque dizque se estaba comiendo el presupuesto municipal, y también porque en la capital no lo quisieron recibir, porque allí no cabían los locos, y que para poder asistirlos tuvieron que clasificarlos en internos y externos, que así era que aconsejaban que lo declararan loco externo, así como a todo el que se enloqueciera por la muerte de la Madre.
Cuando Manuelito Loco salió de la cárcel corrió directo al templo a tocar las campanas; el badajo hería los cobres y las campanas gemían una tristeza de llanto mortecino, de pueblo al que se le estaba muriendo la esperanza, que es lo último que debe morírsele a la gente. El cura salió a regañar a Manuelito, pero él continuaba agarrando a las sogas, doblando y doblando, hasta cuando el cura tuvo que sacarlo a los empellones, pero el volvía a tocar las campanas al menor descuido, hasta cuando no hubo más remedio que quitar las sogas de las campanas para acabar con la dobladera. La gente tampoco pudo comprender por quien doblaban las campanas.
Luego Manuelito Loco, echó a deambular por las veredas, señalando a los campesinos, metiéndoles el dedo en el pecho, mostrándoles a sus esposas e hijos, sus cultivos, y abrazando y besando el paisaje, pero nadie entendía lo que quería decir. De noche tocaba a las puertas, despertando a todo el mundo, porque estando la madre por morir debería estar en vela y no roncando como cerdos gordos, como si la cosa no valiera la pena. Más nadie despertaba de su letargo.
Hasta que un día amaneció muerto Manuelito Loco. Lo habían apuñalado inmisericordemente. Pero su alma continuó deambulando, haciendo sonar un cuerno, de colina a en colina, de cañada en cañada, de vega en vega, de casa en casa.
-¡Pobre Manuelito su alma está perdida en estas veredas!
-Debe estar penando.
-Animas del purgatorio ¿quién las pudiera aliviar?
-¡Que el señor las saqué de penas y las lleve a descanzar!
-Amén.
De la capital, ante la consternación de los hijos por la pronta muerte de la Madre, el fantasma envió tres posibles madres, desmadradas ellas, sofisticadas, maquilladas, con todos los atractivos de la cosmetología, para que el pueblo eligiera una y remplazara a la Madre agónica. Fueron exhibidas al público y públicamente fueron rechazadas, porque lo que el fantasma estaba llevando a cabo era un concurso de belleza para entretener al pueblo mientras se le daba muerte a la Madre verdadera, a la Madre .
-La Madre no se cambia.
-La madre es el pasado, el presente y el futuro.
-Seguramente como los señores de las Empresas Públicas de la capital, son hijos de una cualquiera, creen que nosotros también nos contentamos con cualquiera.
-¡Hijueputas!
-¡Malparidos!
Eso dijeron rabiosamente los hijos de la madre, y heridos profundamente maldijeron al fantasma y sus emisarios, que de muchas maneras trataron de presionarlos para que escogieran una de esas madres prefabricadas y sin historia, ni futuro.
-¡Pueblo idiota!
-¡Ahora se quedarán sin Madre para siempre! ¡que se vayan al carajo!
-A cada uno se le comprará su pedacito de Madre por cualquier cosa, y que se vaya al diablo!.
-Se le comprará primero a los más influyentes.
-Así debilitaremos al pueblo.
-¡Eso es! Qué le hace que a los más poderosos tengamos que pagarles mejor.
-Obvio, mi querido doctor. Eso nos dará ventajas. Venderán y se irán. Desmoralizaremos al pueblo.
-Lo desesperaremos.
-Todo mundo querrá vender, aprovechando los buenos precios.
-No quedarán sino los pobres.
-Y como los pobres poco o nada tienen, poco o nada se les dará.
-De los pobres siempre es fácil deshacerse.
-¡Que nos importan esos patisucios!
-Ya se les podrá decir que la Madre morirá ahogada.
-Sí, ¡que lo sepan de una vez!
-Doctor….¿y si ellos reaccionan?
-Ya está conversado con el gobernador. Hay mil soldados listos.
-¡La Madre ha sido condenada a morir ahogada!
-¡El agua ya viene subiendo por las cañadas!
-¡Allá asoma!.
-Los gallinazos agitaron gozosamente las alas y se lanzaron sobre el cuerpo de la Madre a celebrar el festín de un suculento banquete. Hicieron un barullo de mil demonios hambrientos. Ni siquiera dejaron que acabara de morir sino que vaciaron sus ojos a picotazos y comenzaron a devorarla viva. Desgarraron sus partes blandas y vulnerables. Cada cual engulló su parte y pellizco la ajena, se embuchó y se fue. Los hijos fieles les gritaban espantándolos, pero sus gritos se perdían en la batahola infernal, sólo a duras penas alcanzaban a defender su pedacito de Madre. Su pequeña propiedad era atacada por los voraces gallinazos que lograban sacar buenas tajadas. Fue una lucha sin cuartel, despiadada, larga, muy larga y dolorosa. Algunos gallinazos embuchaban y se iban ahítos, levantaban vuelo y se perdían en el horizonte ante la mirada triste de los hijos fieles. Si muchos se fueron, otros llegaban. La lucha continuaba, era una lucha de todos los días y de todas las noches. Los emisarios no daban abasto comprando los pedazos de Madre que los gallinazos traían. Estos se arremolinaban en las puertas de las oficinas, esperando el turno para vender su presa. Desde lejos, los hijos leales miraban atónitos la rebatiña.
-No estamos quedando sino los pobres.
-No importa. Aquí permaneceremos.
Quienes vendían se iban sonrientes, diciendo a quienes no querían vender que se apresuraran, que de pronto a los señores de Empresas Públicas se les acababa el dinero, que más tarde nada les darían por las propiedades.
Quienes se quedaban, lo hacían porque estaban muy apegados a la Madre, a la que nunca dieron la espalda aún en los momentos más cruciales, tal como era éste, aunque ahora sus pechos no fueran robustos, siempre les habría brincado desinteresadamente la poca leche que tenía, con esa leche ellos se habían criado y criado a sus hijos, y estos criarían a los suyos, y así de generación en generación.
-Nos está llevando el putas.
-En otra parte también nos llevará.
-Con razón el padre Pacho siempre nos está diciendo que no la dejemos caer, que aguantemos hasta el último momento. Por eso no podemos ir a la capital porque en unos diítas nos comeríamos lo poco que nos queda, allá no hay trabajo, además, no sabemos sino trabajar la tierra. Todos los días estaremos más pobres, entonces nuestras hijas tendrán que putiar, y éste sería un precio muy amargo por el pan que nos llevemos a la boca.
-Pobreza trae miseria.
El jefe de los emisarios, el antes fantasma oculto, ya se estaba dejando ver con frecuencia en El Peñol, iba a beber aguardiente, a burlarse de las gentes y a tratar de ladrones a los curas. Reía carcajadas y decía:
-¡No se los dije! ¡Todos estos acabarán por irse!
-Todavía hay mucha gente, doctor.
-Es que estas malditas gentes son como las niguas: las sacan de un dedo y aparecen en otro.
-Pues acabaremos con los pies.
-Es que mientras estén esos curas…
-Sencillo….sencillo…. Una insinuación al Obispo, muy respetuosa y generosa, y ¡para fuera estos malditos curas ladrones!
-Temo, señor gerente, que con éstos no resultará.
-Si con los otros a resultado, ¿por qué no con estos? ¡Todos los curas están cortados con la misma tijera!
-Pues….
-¿Qué? ¿duda usted? ¿Duda usted de lo que soy capaz? Para mí no existen los problemas. Destruiré este pueblo para levantar la gran central Hidroeléctrica del Nare. Esto es lo que importa. Este pueblito importa un carajo. Si para salir adelante tengo que chuparle la sangre a la madre, se la succionaré, como hacen los gallinazos con las mortecinas, ¿queda claro?.
-Sí, señor gerente, muy claro.
-¡No necesito sino que llueva y llueva para ahogar a este maldito pueblo!
-Pero…… ¿y los pobres?
-A los pueblos los ahogará el agua! ¡Ja-ja-ja!
Entonces las aguas del embalse empezaron a subir por los costados de la Madre, lentamente fueron cubriendo sus partes bajas. Los hijos fieles huían de las aguas como animales de una inundación, pero no abandonarán a la Madre. Estaba decidido que resistirían hasta el último momento. Y este último momento sería morir abrazados a la Madre. Los alentaba el hecho de que el alma permanecía erecta, hundiendo sus cúpulas en el cielo.
Los hijos habían levantado una cruz de madera y la habían clavado en la coliuna, para permanecer al pies del madero hasta la muerte, pero el Alcalde, emisario sumiso y bestia domada por el fantasma de la capital, había recibido órdenes de no permitir que el pueblo sobreviviera asido a alguna cosa. Por eso corrió y cortó la cruz a hachazos y se la echó al hombro para llevarla a algún lugar donde la gente no pudiera hallarla jamás.
-¡Lo juro, hombre! ¡Yo o vi llevando la cruz a cuestas!
-Eso no puede ser! Ese alcaldote se fue de aquí hace mucho tiempo!
-Eso es lo que yo digo, pero mi hijo también lo vio subiendo por el camino de las sepulturas, con la cruz al hombro.
-Bueno…. Si lo vieron dos personas y en distintos días….
-Es difícil creerlo…. Pero hay que creerlo.
-Pues algún día se lo encontrarán también por esos caminos. El tiene que pagar sus fechorías, era un vendido a Empresas Públicas.
-Sí, ese hombrecito las pagará todas juntas.
Arriba, en el ancho cielo azul, un enjambre de gallinazos revoleteaba trazando círculos, con sus ojos avizores fijos en el peñol, porque el dios de los gallinazos les había prometido que algún día, en este lugar, ellos celebrarían el más esplendido banquete que jamás se haya visto, porque aquí una enorme mujer, madre de muchos hijos, sería ahogada por un embalse, pero mientras la iba cubriendo la represa, ellos podrían degustar la suculenta carroña. Por eso estaba divisando a la madre que agonizaba y resolvieron caer sobre ella. Le vaciaron los ojos, le picotearon el ano, y principiaron a devorarle las entrañas, luego le horadaron el ombligo, pero apareció el Gual y hubo que dejarlo que engullera las vísceras, pero de pronto interrumpió, porque había llegado el Rey, todos tuvieron que distanciarse y lo aplaudieron con una ovación de alas; el Rey danzaba, pavoneándose como gerente, e introdujo su pico en el cuerpo de la madre y lentamente le fue succionando el alma, tal como lo había profetizado el mismo gerente de empresas públicas.
Poco tiempo después, para sorpresa de todos los gallinazos, los hijos fieles a la Madre, los que nunca se fueron, levantaron un monumento a la Madre.
-Y la madre sonreía.
-Y los hijos fieles sonreían.

Juan Manuel Tejada Giraldo, El Peñol (Ant)


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