viernes, 6 de noviembre de 2015

MITOS, LEYENDAS Y CUENTOS DE HACARÍ (NORTE DE SANTANDER)

MITO: "EL ÁRBOL DE LA VIDA"


“Un árbol tan alto, tan alto que su copa traspasaba las nubes y tocaba el cielo, y tan grueso, tan grueso, que cincuenta hombres no eran capaces de abrazarlo y empezaron a empujarlo y lo empujaron con tanta fuerza, que cuando el árbol cayó la tierra se estremeció y de las entrañas del árbol brotó agua y fue así como nacieron los ríos Catatumbo y de Oro, los mares y los océanos y sus aguas ahogaron a muchos hombres del color de la ceniza, los que no pudieron traspasar esas aguas para traer más odio, ambición y guerra, tuvieron que pedirle perdón al indígena barí quien fue muchas madrugadas al río Catatumbo a lavar su corazón del odio y del rencor, para poder perdonar al hombre del color de la ceniza. Por eso los indígenas nos miran sin odio y sin rencor pero si con desconfianza.”
Tradición oral: Fabio Monrroy



MITO BARÍ I

“Cuentan que inicialmente los barí (indígenas apodados motilones) habitaban otro planeta y lo desforestaron de tal modo que Dios, preocupado por sus hijos comenzó a mirar qué hacer y fue así como observando otros planetas se fijó en uno en especial ya que sus tres cuartas partes estaban formadas por agua y tenía bastante vegetación. Ordenó a todos sus hijos cortarse el cabello, que tenían bastante largo, a nivel de la oreja, y con estos cabellos tejieron una gran trenza tan larga, tan larga, que alcanzó el planeta por él visto y que habían bautizado tierra. El final de la trenza se posó encima del cerro Bobalí (Convención, Norte de Santander) y por allí envío una pareja de indígenas, que al posar sus pies sobre el cerro se quedaron perplejos de la vegetación, los animales, la riqueza de este planeta y no regresaron. El Dios envió a otros más y a los últimos los envió con la semilla del árbol de la vida, el árbol que controla el agua y el color del agua, un árbol tan grande que su copa traspasa las nubes y toca el cielo y tan grueso que cincuenta hombres  no son capaces de abrazarlo.
Cuentan que cierto día una pareja de indígenas hombre y mujer pasaron por allí y observaron que pegado al árbol caía un bejuco de cabello y decidieron trepar por el para conocer a Dios, cuando estaban por llegar a la copa, Dios se enfureció y los castigó convirtiendo al hombre en Sol y a la mujer en Luna. Es por eso que el sol del Catatumbo alumbra tan fuerte, pues es un guerrero barí furioso por haber sido separado de su mujer y el rocío son lágrimas de la Luna que llora de tristeza por haber sido separada de su esposo.”



MITO BARÍ II

“Cuentan los que saben contar historias, que en el principio los indígenas no conocían ni el dolor, ni la tristeza, ni la muerte, hasta que apareció un espíritu maligno con cuerpo de mujer y cabeza de pájaro, se apoderó de la mujer indígena y ella llena de este  espíritu del mal, tomó a su hijo y lo estranguló. Grande fue la tristeza del hombre indígena cuando vio que a sus tierras había llegado el dolor, la tristeza y la muerte. Por esto tomó a esta mujer y la abrió con su cuchillo, para sacarle el espíritu del mal y no lo encontró, porque el espíritu no es de palo ni de carne ni de hueso, pero tenía una solución purificarla con el fuego sagrado. Y fue  así como durante muchas lunas los indígenas llevaron leña a la cima de cerro Bobalí allí armaron una gran pira, encima colocaron a esta mujer y la incineraron, sus cenizas se regaron por todo el universo y nacieron el hombre del color de la ceniza, el hombre amarillo, el hombre blanco, el hombre negro.”



LEYENDA: FLECHAZOS DEL CUPIDO CRIOLLO


Un espíritu que deambula por las calles de Hacarí (Norte de Santander) es la última esperanza de solterones con ganas de dejar de serlo y dolor de cabeza para quienes allí enarbolan ese estado civil como una bandera.

Por: NESTOR A. LÓPEZ LÓPEZ
16 de enero de 2000, EL TIEMPO

Nadie lo ha visto, pero todos los hacaritenses confirman que sus flechas actúan sobre los forasteros haciendo que se enamoren y se instalen en este pueblo cuya mayor riqueza son las leyendas. La primera impresión cuando llega la gente es de aburrimiento, y después de que dan la vuelta por el parque quedan como embrujados y se amañan, relata Ramón Emilio Pérez. No es que en este lugar haya nada espectacular. Sólo la iglesia de fachada blanca y en sus bajos la cancha de baloncesto y unas gradas forradas con adobe vitrificado. La gente del pueblo le atribuye el encanto a ese cupido criollo al que llaman el indio sin cabeza, cuya leyenda se difundió de abuelos a hijos y de hijos a nietos.
Cuando alguien se casa en Hacarí dicen que le pisó la cabeza al indio. Así le ocurrió a Wilfredy Quintero, director de la Umata, que llegó de Ocaña en 1993, como docente del colegio San Miguel.-Profesor, no vaya a pasar por allí, porque lo casan...-, le decían sus alumnos al verlo voltear por la cancha.Y la sentencia se cumplió doblegando la incredulidad de Wilfredy. A los pocos meses de conocerla cruzó el altar con Bibiana, la recién llegada bacterióloga. Ella sostiene que su encantamiento fue a primera vista. Llegó el 8 de marzo del 93, el 19 le dio su primer beso, el 11 de julio se casaron y ya tienen un hijo de 2 años. En el pueblo dicen que fue Cupido con su flecha quien hizo blanco en la pareja. También a la profesora Mary Guerrero la leyenda se le volvió realidad.

Mi esposo era forastero y le decían eso. Luego se fue y tuvo que volver para casarse conmigo, relata la mujer de 50 años con la que don Julio Abraham Contreras vivió 40 años, hasta que la muerte los separó. Muchas otras historias, como la del empleado de la Unidad Municipal de Asistencia Técnica y Agropecuaria (Umata), Fernando Alarcón, y su esposa Sonia Pérez la hija de don Luis tienen rasgos iguales, y sin embargo, nadie sabe a ciencia cierta dónde está la bendita cabeza. Unos dicen que está en todo el centro del parque principal; otros, que en la cancha de baloncesto, y algunos, que en la mismísima puerta de la iglesia. Y como no se sabe qué parte de la leyenda es verdad y qué es producto de la imaginería, Andrea Pérez, la joven y bella odontóloga que tiene soñando a más de uno con sus ojos azules y su sonrisa blanquecina, no baja la guardia. Aunque ella lo niegue, varias personas la han visto caminar con cautela cuando va por el parque para no tropezar con la cabeza del indio porque, por el momento, sus sueños andan lejos.

Historias mil Hacarí es un municipio aferrado a las últimas cumbres de la cordillera Oriental; de callejuelas estrechas, curvilíneas y empinadas, donde el viento susurra en las noches entre el silencio y la quietud. Las fachadas son una repetición de paredes blancas, zócalos rojos y puertas verdes, en virtud de un decreto que hace 3 años ordenó la uniformidad. Su pasado está adornado de leyendas, como la del indio sin cabeza, las cuevas encantadas de Mesa Rica y la del clérigo ermitaño. Sobre las catacumbas encantadas se cree que atraviesan por kilómetros la cadena montañosa desde la vereda Locutama hasta Mesa Rica y están llenas de oro, aunque nadie ha podido cruzarlas porque los pulmones se sienten explotar, las lámparas se apagan y los ojos se deslumbran con el espejismo de muchas entradas a laberintos interminables.

Como si esto fuera poco, cuentan que un clérigo español de la comunidad de San Agustín murió como ermitaño en una cueva de roca hecha en las montañas, y que cuando alguien intenta entrar se alborotan las avispas. El encanto de los Bari La leyenda del indio se remonta al siglo XVIII, cuando los primeros blancos desterraron a los indios Bari o Motilones que habitaban estas tierras montañosas. En su resistencia, los aborígenes incursionaron en el asentamiento de los invasores y cruzaron con sus ponzoñas a nueve de ellos. Pero, en retaliación, los conquistadores fueron a sus campamentos, degollaron a varios hombres y exhibieron en la plaza la cabeza del cacique como trofeo. Luego enterraron la testa del anciano en un lugar que se desconoce. En ese momento los motilones hicieron el conjuro de su cacique casamentero y encantaron los caminos que conducían a sus viejos dominios para que los invasores no usufructuaran sus tesoros. Entonces ellos (los indios) encantaron la vereda Mesa Rica y se fueron para Agua Blanca y de allí para el Catatumbo, hasta que se desterraron para las montañas, relata Eduviges Guerrero Jaime, que ronda por los 69 años.



LEYENDA: ASÍ ES LA MESA-RICA

"Frontero a La Palma (hoy Hacarí) y Aspasica, mirando para el Oriente, se levanta sobre cuanto lo rodea una gran mole terminada en plano a 2.986 metros, cortada verticalmente a su espalda por el profundo cauce del Tarra; es la Mesarrica, que mide tres leguas de largo y una y medio de ancho, sustentada por estratos poderosos de arenisca, desierta hoy pero en otro tiempo mansión de indios reunidos en un pueblo agricultor que la opresión de los blancos destruyó, dispersando sus moradores, a quienes fatigaron con incursiones en busca de una soñada mina de oro.

Los matorrales han invadido el espacio antiguamente ocupado por sementeras y un grueso chorro de agua que se precipita majestuoso desde lo alto, parece reunir en su ruido las airadas voces de los indios desposeídos; tal es el ímpetu de su caída batiendo los árboles y las rocas, perdiendo en las breñas su caudal que antes utilizaba el indígena laborioso. No les dejaron los invasores ni aquel refugio: Persiguiéndolos de asiento en asiento, los han compelido a buscar asilo en las distantes soledades que riega la quebrada Orú, entre dos serranías llenas de asperezas, reducidos al número de veinte familias, quitándoles hasta su nombre nacional, pues les dan el apodo de patajamenos.

Los míseros indios solían venir a las estancias de los blancos a ofrecer su trabajo en cambio de herramientas y habiendo llegado una vez a la casa de los llamados FIórez, vecinos de Aguablanca, los recibieron de paz, les hicieron creer que les darían herramientas y viuditas -mujeres- y los convidaron a comer en la cocina. Confiados los indios, creyéndose bajo el seguro de la hospitalidad, sagrada para ellos, dejaron las armas y fueron a sentarse alrededor del fogón. Inmediatamente les cayeron sus pérfidos convidadores y a machetazos los ahuyentaron sangrientos y despavoridos. Un indio quedó postrado y juzgándolo muerto lo arrojaron por la barranca de la quebrada como a vil animal. A la mañana siguiente dos de los agresores entraron a la cocina y hallaron al indio acurrucado en el hogar, calentándose las heridas. "No mata, hermano", exclamó el infeliz arrodillándose... y lo hicieron pedazos. Un hombre viejo y de severo aspecto me refirió en La Palma esta infame tragedia como recientemente sucedida y le temblaban los labios al referirla".

El autor de este relato, don Manuel Ancízar, pasó por Mesa Rica en 1850. Antes y después de esta fecha la imaginación ha hecho lo suyo.

En La Mesa, según la leyenda, durante los días santos, se ve a tres indios viejos y corpulentos fumando apetitosas bombas. Con un poco de suerte, la visión puede alcanzar la ciudad encantada de los karates, con los paisajes exóticos y la actividad rumorosa de un pueblo pujante y rico. La imaginación llega hasta los bohíos y se mueve entre el deseo y la fantasía sobre tesoros fabulosos. La escena se presenta durante varias horas y desaparece súbitamente en el horizonte.

Otras leyendas se refieren a encarnizadas guerras indias puestas en los mismos escenarios para deleite de los amigos de la ficción. Cerro Negro, vereda ubicada entre Aspasica y La Vega de San Antonio, es como la frontera de esa meta alucinante. Pero se necesita una especie de pasaporte de los grupos insurgentes que dominan la región para franquear el tortuoso camino que conduce hasta la meseta. De manera que la dificultad consiste en superar a Cerro Negro. Personas de reconocida seriedad han logrado, a pesar de todo, llegar hasta La Mesa. Y sostienen que aún existe la piedra que contiene las huellas de un pie de niño y un casco de bovino; pero se han mostrado preocupadas por los intentos de visitantes sin escrúpulos que han pretendido romper la roca para llevarse la astilla con las huellas.

En épocas recientes, menos duras, los estudiantes instalaron sus campamentos sobre la meseta, frente a las profundas cavernas, decoradas con estalactitas y estalagmitas rutilantes, y volvieron a sus colegios con muestras preciosas del extraordinario fenómeno natural. En la década del cincuenta, mi padre, don Luis Jesús Pérez Amaya, en su condición de alcalde municipal de Hacarí, debió improvisar una comisión oficial para efectuar el reconocimiento de unos cadáveres encontrados accidentalmente por campesinos que buscaban una cabras extraviadas.

Evidentemente, en el desfiladero estaban los restos humanos. Pero no se trataba de cadáveres de personas muertas recientemente; eran indios momificados y acomodados en urnas de piedra. En aquella ocasión el alcalde escribió al diario El Espectador, en donde publicaron lo ocurrido, pero el asunto se olvidó rápidamente y nadie volvió a mencionar la tumba india. Dice don Luis Jesús que los cadáveres y las urnas fueron dejados en el estado en que se encontraron y nunca volvió a tener noticias sobre ellos.

Don Pedro María Fuentes, en la monografía del municipio de Hacarí, cuenta que existe un camino subterráneo que cruza La Mesa desde un extremo a otro, "teniendo como punto de partida la fracción de Locutama y terminando atrás de la peña del Corregimiento de El Cincho, donde hay una cueva con esqueletos que se cree son de indios". Y agrega que "la cueva denominada Catacumbas, está formada por una serie de pasadizos, enlazados entre sí y que encadenan siete salones debidamente separados y tallados en las profundidades del terreno". El señor Fuentes acude más adelante a la obra de don Justiniano J. Páez, "Noticias Históricas de la Ciudad y Provincia de Ocaña", para recordar que en una caverna de éstas pasó sus últimos días Fray Juan León Vila, fundador de La Palma. Por este acontecimiento el lugar fue bautizado con el nombre de "La Cueva del Ermitaño".

Agrega el señor Fuentes que el cadáver del sacerdote, a petición suya, fue dejado en la caverna; y sobre sus restos se tejieron leyendas, como aquella que señala que "del esquelético pecho del ermitaño nació un helecho eternamente fresco y verde, cuyas ramas para la gente del campo, tenían propiedades y virtudes milagrosas". No obstante la mano del hombre, todavía pueden verse aves exóticas y toda clase de animales silvestres. La vegetación es exuberante, sobre todo alrededor de los tres hoyos que coronan la meseta, según dicen los exploradores. De estos accidentes topográficos han surgido leyendas sobre profundidades infinitas y fabulosos tesoros guardados en el fondo. Probablemente se trata de cráteres de volcanes inactivos.


CUENTOS DE ESPANTO Y MIEDO

CUENTO: LA DAMA DEL PUENTE


Una chica muy bella que se aparecía en el puente, antes de los dos cementerios que hay hoy en la población y, que pedía el aventón y, después de que se montaba en el carro, se convertía en un esqueleto.

 CUENTO :EL DIABLO DEL KING KONG

 Que se aparecía en el “desnucadero” de ese nombre, que quedaba cerca de “Tarapacá” (por ahí en la avenida 13 con calle 16), como un parroquiano grandulón, negro, rigurosamente vestido también de negro, bigotón, luciendo sombrero alón, sacando chispas con sus botas, deslumbrando y agraciando a las chicas con monedas y objetos de oro que sacaba de la nada  y  luego desaparecían de la cartera de ellas, e invitando a los caballeros a unirse a su mesa.
(“Desnucadero” es el genérico cucuteño para “motel” o burdel. Parece que la versión original de este cuento data de los años 20 del siglo XX en el sitio donde actualmente está el convento de las monjas clarisas, que era originalmente el bar King Kong y que, según la leyenda, hubo de edificarse el convento para quitar la maldición y correr al diablo. Pero después “reapareció” en el Nuevo King Kong.)

 
CUENTO: LA MONJA CLARISA


Una agraciada dama que se aparecía en las noches oscuras por la Columna de Padilla, caminado con un bebé en los brazos. Era la llorona criolla que había sido obligada a entrar al convento de las clarisas, que queda por esos lados, porque “se comió el avío antes del recreo” con su novio.
Y claro, con todos esos cuentos de espanto y miedo, el fervor por lo desconocido era un culto y estos cuentos estuvieron de boca en boca, como los cuentos de caballería en tiempos de Cervantes, y por supuesto que, para ponerle más suspenso a la proyección de la película, ésta fue presentada a media noche.







miércoles, 4 de noviembre de 2015

LEYENDAS, MITOS Y CUENTOS DE EL PEÑOL ANTIOQUIA

LEYENDA: El DUENDE

Cuentan algunas personas de la comunidad, que un día como a eso de las 5:30 de la tarde llegó un señor bajito,con un sombrero, pantalón roto y camisa para subir a la Piedra, pero al señor no le alcanzaba la plata pagar el ingreso, se puso a llorar para que lo dejaran pasar y las personas encargadas lo dejaron subir, con la condición de que bajara con los trabajadores de la cima; al bajar los trabajadores, les preguntaron por el viejito y ellos dijeron que allá no había llegado nadie, les pareció extraño: a las ocho de la noche subían por el sector de la curva  (via hacia la piedra) dos muchachos y sintieron que cayo algo desde arriba, fue tal el susto, que salieron corriendo por distintos caminos y contaron a otras personas, quienes por curiosidad se fueron a mirar volvió a caer algo desde allá, al igual que los demás, corrieron y se encerraron en sus casas, al otro día contaron que habían visto al duende  caminando por todas partes, sin camisa y sin zapatos ... y desde entonces se dice que el duende anda buscando el oro que hay en la piedra.

Leidy Julieth Giraldo Hincapie



LEYENDA: EL AEROPUERTO DE LAS BRUJAS 

Cuentan los abuelos de la localidad que todos los días después de las nueve de la noche, se ven llegar a las brujas a la cima de la piedra, ellas se reúnen allí y salen a sobrevolar toda la zona, cuando están en el aire, se ven destellos de luz que salen desde sus escobas, sus carcajadas son extravagantes y es por esto, que al sitio se le ha llamado el "aeropuerto de las brujas"
Leidy Julieth Giraldo Hincapie




LEYENDA: EL HACHA DEL DIABLO






Cuentan que el diablo nunca estuvo de acuerdo con que la piedra fuera visitada por tantas personas  y quiso tumbarla con un hacha y llevársela para otra parte, todas las noches iba a trabajar para cumplir su funesto deseo, pero el nunca supo que en el día dios se encargaba de borrar el trabajo que realizaba y es por eso que la piedra aun esta en este lugar.

Leidy Julieth Giraldo Hincapie










MITO: LA MADRE MONTE

Toda vestida de hojas y de líquenes, vive en la prdeundidad de los bosques. La cabellera, víctima de soles y lunas, le oculta el rostro. Ese es su enigma: podemos escuchar el grito de fiera entre los árboles, ver la silueta que se pierde en la espesura, pero nadie ha visto nunca su rostro cubierto de musgo y sombra.

La Madremonte ama las grandes piedras de los ríos, construye sus aposentos en los nacimientos de las quebradas, se distrae con el silbido de las mirlas y los azulejos. Algunos han creído escucharla cuando imita el canto de los grillos en las tardes de verano y cuando persigue las luciérnagas en las noches sin luna.

Como vigilante de las selvas, la Madremonte cuida que no desaparezca la lluvia y el viento, orienta los periodos de celo de los animales del monte, grita de dolor cuando cae alguna criatura de su dominio. Por eso, odia a los leñadores y persigue a los cazadores: a todos aquellos que violan los recintos secretos de las montañas.

Cuando la Madremonte está poseída de furia, dicen los que han padecido su venganza, se transforma: los ojos despiden candela y con las manos de puro hueso, se agita de rabia entre los matorrales. Se desencadenan entonces, los vientos y las tormentas. Los ríos y las quebradas traen inundaciones, arrasan las cosechas y el ganado. Todo parece como si se anunciara el estremecimiento de la tierra y los astros.


MITO: EL HOJARASQUÍN DEL MONTE

Se alimenta de flores y de bayas doradas de los bosques profundos. Tronco de guayacán con cabeza de hombre cubierta de chamizos y salvajina, el deicio del hojarasquín es cuidar el bosque y los animales selváticos. Atento al chillido de las golondrinas en los farallones del río, sabe cuándo se acerca el depredador de la flora y cuando debe auxiliar al sabanero, anhelante víctima de los perros del cazador. Amante de los vuelos, el Hojarasquín algunas veces se cansa de ser árbol y entonces disputa con los loros, intenta saltar con los venados en las tardes de sol.
Los campesinos saben de estos movimientos por la algarabía de los arrendajos y pájaros tijeras, por la inmensa batahola de los samanes con el viento. Amo de las hojas y el rumor de las aves en las montañas, el Hojaraquín muere cuando hay talas o destrucción de los montes. En forma de tronco seco, permanece oculto hasta cuando resurge la floresta.


MITO: LA MUELONA 

Antes de convertirse en endriago, la Muelona fue una mujer esbelta que animaba pendencias y garitos. Sabía leer la suerte, gozaba con las peleas de los gallos y sobre todo enloquecía a los hombres con con su voz nocturna y la risa salvaje que alumbraba la noche.
Ahora, celestina de los bosques, vaga por entre los ríos, acecha sigilosa por entre los pantanos, las encrucijadas y los árboles de tronco podrido. Bella como antes del hechizo, con la risa fastuosa y la voz de contralto, atrae de nuevo a los hombres. Antropófaga de los charcos, en noches sin estrellas, en crepúsculos estremecidos por la lluvia, los llama con insinuaciones de abismo. Entre los susurros y las adormideras, allí los devora con los dientes de bestia y la mandíbula feroz.
Cómplice de la mandrágora, seductora del Valle de los Helechos, nadie conoce mejor que la Muelona los secretos de la lujuria, los lazos de su risa maléfica y los precipicios. Por eso, sonríe malvada entre los cactus. Sabe que la atracción es irresistible. Que de nada valen conjuros y talismanes ante la tentación de su presencia en medio de la tarde.



MITO: LA CANDILEJA 


Mártir de la violencia, la Candileja es el espectro de una mujer asesinada en el Valle de las Tristezas. Dicen que fue quemada viva con los hijos dentro de su casa. Desde entonces, convertida en fuego frecuenta los lugares en ruinas, las crecientes de los ríos y los caminos solitarios. Aparece en el alba cuando aún el gallo no ha cantado y como un meteoro se estrella con los cercos, se agita en el copo de los árboles o se echa a rodar por los pastos.

Amiga de los cocuyos, la Candileja en los días de viento quisiera ser coro de enredadera, canto de arrendajo en la montaña. Zarza ungida de violencia, aunque la Candileja nunca se apacigua en su dolor ígneo, algunas noches en que los ríos están apacibles y cubiertos de cámbulos, de aromas de dindes, ella quisiera detenerse y tomar agua y tal vez bañarse en la sombra para quitarse tanto ardor y despojarse de toda la ceniza.

Reina salvaje coronada de rescoldos que se avivan con la memoria, la Candileja, sin embargo, espanta a los caballos y los jinetes que se aventuran en la noche. Inicia las quemas de los bosques: Grandes incendios, grandes sequías, precipita su presencia de llama en los tiempos en que se aviva su dolor. Por eso los hombres le temen. Saben que ni los rezos ni las bendiciones ahuyentan su furia.

CUENTO: TICKED TO RIDE

Acérquese, dama, caballero. En este buen día le tenemos una mala propuesta para usted. Acérquese y viaje por un módico precio, sólo tendrá que darnos sus ojos, su mente y su corazón, el alma se le cobrará cuando esté allí. El tour incluye su pérdida total de tiempo, su insatisfacción total por la vida y si su vida y su tiempo están alquilados a cambio de pasión a otra persona, no se preocupe, le quitamos esta penosa pena de encima; al vacío primero él o ella y luego usted. El lugar está situado en lo más oscuro del planeta, sin embargo, el lugar tiene un cálido clima y el aire que se respirará será igual; allí encontrará ríos y mares de sangre purulenta, colinas y montañas de gente sin piel, que gritan “no” queriendo decir “sí”. No haga caso a la competencia, para qué ir a un lugar con cientos y cientos de mujeres con himen. Nosotros le ofrecemos las más deliciosas putas en su defecto, los más finos demonios, cócteles ponzoñosos, comidas mal sanas y una que otra visita al trono del rey…. no parará de devorar, no tiene que dejar de “descansar”, sexo ilimitado, si le gustó lo de otro tómelo si puede. Todo podría ser suyo, su saña es nuestra principal fuente de estabilidad económica, permítasela para que nuestro trabajo continúe… si se extravía en el lugar o la lengua que se habla no es clara para usted, se le aconseja mirar en el folleto que tiene en sus manos y leer sólo la portada. Fructifique esta magnífica oferta, el viaje se ha realizado en pocas ocasiones con un regreso sano. Si no logró ir en una ocasión anterior, le deseamos muy cortésmente que disfrute una nueva “Temporada en el infierno...”
Hermano, hermano, también conocí el infierno, el infierno de ellas. Mi problema como el tuyo es no poseer guía divina, ser el nuevo amante de Satán y tal vez no estar a punto de morir, estando ya tan muerto y podrido. Adicionalmente también ostento otra dificultad, no he regresado del viaje, ni rio llorado de los viejos amores mentirosos o de lo ya pasado, escribo estos torcidos renglones desde una de las jeringonas playas del tártaro. Busco aún respuesta en lugares que no distingo ni aprecio, en sitios colmados de dudas, sin tiempo.
Dicen que el retozón tiempo, está en nuestro poder y que podemos arrebatarlo para tomarnos el tiempo de vivir en paz. Parece lo contrario, el tormentoso Cronos se apodera de nuestras vidas para divertirse en paz. ¡Ja¡, y nosotros buscando entretenernos con unos cuantos peces girando en un espacio sin rumbos que concluir.
Cual tic-tac de reloj, el tiempo da sus crueles pasos si razón.
Aplastando visiones, apegos, existencias…..sin compasión.
El tiempo sin retroceder, llega siempre al mismo punto.
¡Oh¡ incompasivo tiempo, provéeme de tiempo para conseguir tiempo.
Tus atronadores marchas de bello verdugo,
Aturden tanto los oídos….no conseguimos oír.
Tú voz trivial y repetida, hace tan efímeras la vidas.
Solo provocas miedo.
Incompasivo lobo contra piel humana.
Odiamos el tiempo.

Wilson Bedoya, El Peñol (Ant)


CUENTO: POR ESO NO ME GUSTA 

Por eso no me gusta la manera como me miras. Porque cada vez que llegas al café Pilsen, golpeas furiosamente la mesa pidiendo aguardiente; luego volvías a golpearla, repetidamente, con la copa, pidiendo más, y así, hasta nunca acabar; siempre mirándome de soslayo, siempre jopeándola, como si esa mesa fuera yo.
Y cuando nos encontrábamos en el camino, yendo yo con la Marcela, tú la saludabas zalameramente, regándote el sexo por todo el cuerpo y te relamías como un hombre hambriento ante un apetitoso plato. Luego me echabas una mirada burlona, achicándome, como si yo fuera un bagazo. Hasta cuando no te aguantaste ante la Marcela y le dijiste un día:
-Mirá, Marcela, si no dejas a ese pendejón, te hago maleficios. Recuerda que estuve en el Chocó, donde el brujo Macario, que me enseño un montón de cosas malas.
Entonces la Marcela, toda llena de miedo, se fue yendo de mi lado, dejándome jodido en una soledad apabullante y en una angustia de noches largas como ríos que se van y siempre se están yendo.
Pero tu gozo llegó al colmo cuando te diste cuenta que la rehuida de la Marcela me estaba haciendo mucha mella, que me estaba consumiendo como una lombriz de invierno a pleno sol, mientras tú le arrebatabas el ala y le currucuteabas incesantemente.
Ahí en ese altico, desde donde se divisa la casa de la Marcela, te pasabas las tardes con los hijos fijos en el corredor de la casa, esperando que ella saliera a sentarse a la tarima para tú caerle, a pesar de que sabías que sus padres no te querían y te miraban con mal ojo.
Tienes que acordarte que cuando me veías venir, te detenías a la vera del camino haciéndote el bobo – lo que es muy fácil para ti- mirando las lejanas montañas, o desviabas el rumbo, con tal de no toparte con migo, pensando que la íbamos a tener buena un día de éstos. Mas cuando te diste cuenta que la cosa era distinta y que podías hacer lo que te diera la gana –esa porquería de gana tuya- te tornaste más ofensivo.
Por eso fue que aquella tarde, cuando me viste venir por el camino, ya no te hiciste el bobo, ni tomaste por ningún atajo, sino que con las manos en jarra me esperaste todo envalentonado para decirme:
-Vos me caés muy gordo, y los gordos me indigestan.
Y yo, sin decirte nada, intenté pasar por tu lado. Pero tú me estrujaste con la rodilla, y desenfundando el machete me mandaste un lapo que me desgajó el hombro, y, golpe a golpe, me fuiste matando, así no más. Hasta cuando caí a tierra, desangrándome por las heridas. La vida se me iba escapando como un globo que se va desinflando. Con la mirada turbia yo seguía mirando desde el último pedacito de vida que me quedaba.
Verraco que es uno: no te imploré clemencia.
Luego te agachaste a mirar, a ver cómo se muere un hombre. Seguramente no te pareció nada agradable ver que mis ojos te continuaban mirando persistentemente, tuviste el presentimiento que esa mirada se te iba quedar en la memoria persiguiéndote en todas partes, y para evitarlo, me vaciaste los ojos con la punta del machete. Limpiaste el arma en la yerba del camino, escupiste y te fuiste, como si nada hubiera sucedido.
Ya muy entrada la noche me encontró don Rosendo, el papá de la Marcela, y lleno de espanto apenas y pudo reconocerme y corrió con la noticia –casi que no pudiendo con ella- para ir a avisarle a mis padres, que estaban comiendo, el pan se les quedó en la boca, y se atontaron por un momento mientras le daban vueltas al asunto para comprenderlo bien.
Papá preguntó:
-¿Dónde? ¿Quién?
Mamá se escudó en un grito inconcluso – porque la noticia le desgarró las entrañas-y el otro pedazo se le quedó enredado allá adentro, en alguna parte.
La noticia se regó por todos los caminos. Un aire de muerte enrareció el mundo. Era como si todo estuviera lleno de caras largas y ojos asustados. Un silencio de muerte batió sus fúnebres alas como un ave agorera que hiende la noche, y en cada rostro abanicó la tristeza. Cada cual intento recordar la última vez que me vio.
La gente se apretujaba a mi alrededor, todos querían ver mi cuerpo macheteado. Tú mismo te empinaste por encima de los demás para ver qué tan muerto me habías dejado, y dijiste:
-¡Caray! Lo volvieron añicos….
Después colaboraste con las autoridades en el levantamiento del cadáver, haciéndote el yo- no fui. Incluso ayudaste a traer mi cuerpo hasta mi propia casa, envuelto en ruanas, entre ellas estaba la tuya.
El viejo Evaristo serruchaba y clavaba tablas haciendo el ataúd. Las mujeres rezaban y consolaban a mi pobre madre, que alelada, partía sollozos en pedazos trisados que querían salir a las vez, atropelladamente, hasta casi ahogarla.
Los hombres en el patio, se envolvían hasta la cabeza con la ruana protegiéndose del sereno, al chupar sus tabacos, las brasas relampagueaban como cocuyos en la noche, dejando ver sus caras magras, con una barba de varios días.
El barullo se armo cuando vino la Marcela, anegada en llanto y con el hipo de sollozos, tomó mi rostro frió entre sus manos tibias, refregando sus lágrimas en mi cara y manos muertas para siempre.
Tú no te aguantaste y tuviste que salir hasta el patio y allí te reuniste con los demás hombres, todo taimado.
Al rato el ataúd estaba terminado y me hundieron en él como si fuera el anticipo de la tumba. Alguien había hecho una pequeña cruz de muerte, la colocaron entre mis manos, haciendo creer que la tenían cogida. Ya de mañana trajeron la guadua, amarraron el ataúd en ella y con una despedida de amargos adioses salió el cortejo hasta el pueblo. Allí ibas tú. Algo más: sustituiste al tío Leo en la carga del féretro, con la guadua que se hundía en tu hombro (¿recuerdas el primer machetazo que me diste? ¡Qué vas a recordarlo tú!) Mirabas cómo se bambaleaba el ataúd que se colgaba de ella. Me cargaste mucho rato hasta que otro hombre puso el hombro no más tras el tuyo y te relevó.
¡Carajo! Estuviste en la iglesia, también diciendo con el cura latinajos y españoles y cada que él rociaba agua bendita tú te echabas la bendición y rezaste por mi alma, como si nada hubiera sucedido.
Días después cuando las autoridades pesquisaban y hurgaban con la mirada y escarbaban con preguntas, buscando al culpable, tu las despediste diciendo que ciertamente eras amigo mío, pero que no sólo tú sino que fulanos y zutanos también lo eran. Y ya se iba llegar a la conclusión que tal vez ni nadie mi hubiera matado, cuando tu padre encontró el machete ensangrentado, sangre mía, sangre ya seca, no del todo negra, pero tampoco roja, y con los ojos que luchaban por escarpársete de sus órbitas le negaste todo, hasta cuando la firmeza del viejo te hizo temblar:
- ¿Qué te hizo ese muchacho?
- Precisamente, nada. Pero me fui llenando de odio hasta más no poder. Creo que por la Marcela.
- Yo mismo te presentaré ante las autoridades.
- ¡No . eso jamás!
Como trataste de huir, él te encuelló y te lleno de trompadas esa boca, esa nariz, toda esa cara, hasta cuando tu caíste de rodillas, no por los remordimientos – pues los hombres como tú n sienten esas cosas- sino por los golpes, y dejaste, ya derrotado y vencido, que se hiciera la voluntad de tu padre y no la tuya.
Tu padre pidió, gritando, una soga y te amarró de pies y manos sobre la enjalma de la yegua colorada, porque de todas maneras te presentaría ante las autoridades. Así atravesado sobre la enjalma salió para el pueblo contigo.
-Qué esto es una vergüenza, papá. ¿Cómo vas a llevarme así?
-¿y tú te atreves a hablar de eso?
Al verlo ir por el camino la gente pensó que se trataba de otro asesinato.
- No, mijo. Es parte de el primero- respondía el viejo con asomo de verraquera en la cara y en la voz.
Cuando entraron al pueblo, mucha gente los seguía. El viejo llegó hasta el juzgado, te desamarró y te bajó.
- Señor juez. Aquí está.
- ¿Y qué prueba trae el señor?
- Él se lo dirá todo. Además como para comenzar, aquí le traigo este machete que él tenía escondido. El ha matado a un hombre bueno y tirado sobre todos nosotros el estiércol del oprobio.
Y el pobre viejo no pudo contener las lágrimas.
Por eso te has pasado en esta cárcel de la capital tantos años. Lejos pero muy lejos de los tuyos, donde nadie viene a visitarme. A pesar de todo, tu madre se resolvió a escribirte unas cartas todas de lágrimas y abrazos, porque eso son las madres, lágrimas y abrazos para sus hijos, así sean como tú, o lleven mucho tiempo de estar muertos como yo. Te pasas los días y los años asoleándote, pero no tratando de borrar arrepentimientos, porque vuelvo a repetirte que tú no tienes remordimientos.
Sólo ese preso que llaman el Mudo viene a sentarse a tu lado y comienza a hacer rayitas como tú. Y cuando van a ser las cinco y media de todos los días, precisamente a la misma hora que me mataste, el mundo se queda mirándote a pleno rostro, gesticula pedazos de palabras incoherentes que tú no entiendes. Hasta que una tarde si le entiendes clarito lo que te dice:
-¿Por qué te tienen a vos aquí?
Y ante esta pregunta te quedas paralizado, no porque el mundo te haya hablado, sino porque siempre habías tenido la corazonada de que él te hacía compañía por algo: llegaría el día que el mundo te mataría.
- Te voy a matar.
Te dijo hundiéndote la lezna una, dos veces en el estomago, y una tercera se clavó en tu corazón, profundamente. Fue tan rápido que apenas y sentiste tres ardorcitos. Te moriste tan aprisa que no tuviste tiempo de gritar ni de caer al suelo, sino que te quedaste de pie, como una estatua, con la mirada fija, así como me mirabas aquella tarde cuando me mataste.
Por eso es que no me gusta la manera como me miras.

Juan Manuel Tejada, El Peñol (Ant)

CUENTO: LOS QUE NUNCA SE FUERON 

" Hubo una vez un pueblo que fue humillado, vilipendiado, y hasta traicionado por muchos de sus hijos, y finalmente destruido. Los verdugos no supieron qué hacer con sus ruinas, éstas fueron recogidas por sus hijos y lo reconstruyeron a partir de una fe: la madre."
Cuando ellos nacieron, la madre estaba adulta; mejor dicho: estaba vieja; todavía peor: no estaba muriéndose así porque así; y aquí viene lo requeté peor: había sido condenada a muerte.
La madre yacía tendida en el peñol, mirando lánguidamente sus hijos desde el fondo de su ser atormentado y moribundo, con ganas de decirles muchas cosas, de consolarlos, de acariciarlos, de alentarlos para que echaran para adelante a pesar de todo.
-Hay que continuar viviendo hijos suceda lo que suceda.
Tal vez hasta quería levantar la mano para echarles una bendición para el camino, como si los que estuvieran de viaje fueran ellos, pero ni siquiera eso podía hacer.
La malhadada noticia comenzó por un rumor que fue abriéndose paso hasta alcanzar el tamaño de verdad amarga, como esa pequeña bola de nieve que desprendiéndose de la cima del elevado cerro va rodando y rodando, enrollándose en el camino, agrandándose con todo lo que encuentra en él, hasta hacer trepidar a su paso la tierra toda. Era una realidad que abofeteaba, que escupía los rostros, que apretaba los testículos hasta más allá del dolor y de las lágrimas. Los hijos se mordían los labios corajudamente, intentando soportar el dolor, y, sin embargo, no aguantaban; gritaban hasta más allá del grito, hasta más allá del eco del grito, hasta donde el silencio se hace el haraquiri.
-¡Baaaassstaaaa!
Nadie oía.
Tortura aguda, brutal persistente
Al ver que la enfermedad de la madre iba de mal en peor, enviaron cartas, telegramas y razones personales a los hijos que estaban ausentes. Primero que estaba enferma; luego desahuciada; y, por último, que en coma.
Era la pesadilla: estaba viviendo dolorosamente su larga agonía; minuto a minuto, en el tiempo; milímetro a milímetro en el espacio.
Cada cual andaba con su propia angustia, y se acostaba con ella a darle vueltas a la cama en una noche sin fin. Si estaban cultivando la tierra, el surco sollozaba; en cada azadonazo la tierra gemía en un llanto quedito que mordía el alma; el mundo está lleno de una angustia que arrugaba las frentes sudorosas, de una negrura que ensombrecía las miradas.
-¿Qué estás viendo en el cielo, papá que miras y miras?
-Esos nubarrones……… tan grandes…….. tan negros…….
-Yo no veo nada. El cielo está alto y azul.
-En verdad está alto y azul, hijo.
-Sí papá.
-Ah…. Entonces es que esos nubarrones tan grandes y negros, se me están saliendo de aquí de adentro.
-¿-
Si se sentaban, comenzaban a darle vueltas a la desesperación: allá en el cielo una bandada de gallinazos daba vueltas y revueltas, en un rito de banquete, pidiéndole al dios de los gallinazos una suculenta carroña.
-Mira esos gallinazos…
-¡Uy! ¡pero qué tantos…!
- Se están preparando para caer en picada sobre alguna mortecina.
-Sobre nosotros. Sobre todos nosotros. Lo mismo que soñé.
-¿Cómo así?
-…. Yo soñé que estaba desyerbando el maizal cuando divisé allá arriba, dando vueltas el cielo, una manada de gallinazos. De repente cayeron sobre mí. Eran montones y montones que me atacaban. Me defendía con el azadón haciéndolo girar a mí alrededor. Les gritaba: ¡”hijueputas”!, ¡”malparidos”!, pero ellos no e hacían caso, continuaban revoleteando, aporreándome con las alas, tirándome picotazos, chillando saltando diabólicamente en una danza macabra. Pedí auxilio pero nadie corrió a ayudarme. Entonces vi que a Luis Chaverra también lo estaban atacando los gallinazos, y a Toño López, y a toda la gente. Continué debatiéndome hasta cuando no pude más y caí rendido al suelo, pude echarle mano a dos por el pescuezo, más los otros me estaban tragando los ojos, metiéndome los picos hasta el cerebro. Sentía sus agudos picos en cada poro. El dolor me inmovilizó y deje que hicieran. Me picoteaban el culo, se me estaban comiendo las entrañas. Después comenzaron a picotearme el ombligo, introduciendo sus cabezas en mi estomago, hurgaban hambrienta y rabiosamente, desflecaban mis carnes, se tragaban mis tripas. Súbitamente dejaron de desguazarme, retirándose apresuradamente, porque había llegado un Gual, su jefe inmediato, gallinazo como ellos, pero más gallinazo, negro como ellos, pero no con la cabeza negra sino roja; trepó por sobre mi cuerpo, lo recorrió con las alas abiertas, y después comenzó a engullir mis víscera; pero también el Gual se retiró intempestivamente, porque había llegado el más gallinazo de los gallinazos, más grande que ellos, y no negro como ellos sino blanco, blanquísimo, daba saltos sobre mi cuerpo al compas del aleteo de sus súbditos dirigidos por el Gual. Era el rey de los gallinazos. Luego hubo un silencio reverente. El rey me introdujo su cabeza por el hueco que los otros habían abierto en mi estomago, profundizando mi pico hasta lo más hondo de mi ser, y lentamente me fue sorbiendo el alma, mientras yo me quejaba suavecitamente….
-¡Ya! Fue cuando yo te desperté. Saltaste de la cama asustado, miraste afuera de la ventana, y volviste a tumbarte sobre la cama, sin poder conciliar el sueño, porque cada que ibas a quedarte dormido te sobresaltabas.
-Aquella noche no quisiste contarme nada, cómo te lo supliqué.
-Para qué contar esa pesadilla tan horrible.
-No sólo lo bueno es nuestro, también lo malo, lo terrible.
-Y después caer en la cuenta que los gallinazos no sólo me devoraban a mí sino también a la madre y a todos los hijos.
-Por eso es que estamos vacíos, huecos.
-Sí.
-Antonio….. Tengo miedo….
Tenías mucho miedo porque la madre yacía ahí muriéndose, y ellos no podían hacer nada por ella, ni contra la había condenado a muerte, pues éste era como un fantasma que existía en alguna parte, metido en algún edificio de la capital, sin dejarse ver, sino que enviaba a sus emisarios a medir a la Madre, a sacarle pedazos de piel y carne, a tomarle la temperatura, a fotografiarla y a radiografiarla, a sacarle sangre, y todas esas muestras se las llevaban a la capital para ser sometidas a rijosos exámenes realizados por doctores en todo, no examinaban a la madre para salvarla sino para matarla, para asesinarla; eran verdugos que estaban ejecutando la orden, eran doctores y enfermeros con uniformes de dril verde con rayitas blancas, y con un casco de capucha. De día o de noche, a cualquier hora, regresan los otros hijos, de tierras lejanas, a ver a la Madre, Quizás por última vez. Llegaban gentes que ni siquiera saben si eran hermanas suyas, y se quedaban por ahí, mirando calculadoramente, confundidos con los verdugos y los gallinazos, esperando el momento propicio para caer sobre la pera Madre; Permanecían agazapados, afilando el pico, haciendo un campo grande al hambre para luego engullir a la madre en una jartadera sin fin, porque ellos se habían ido con hambre, y a donde fueron encontraron hambre, regresaban con hambre; cuando recibieron la noticia que la madre estaba por morirse emprendieron retorno a prisa, a ver que les tocaba, por eso estaban allí como gallinazos, rezando una larga letanía de esperas bostezos y ansiedades, barajando una hambre antigua y una esperadera que hundía sus raíces en la súplica.
Entonces fue cuando apareció Manuelito Loco, arengando al pueblo con palabras iluminadas, pero las gentes no le quisieron entender su mensaje y hacían burla de él hasta despertar sus iras, y lleno de furias atropelladas les mostraba sus gallinazos, que de todas partes venían a velar a la Madre, posándose en cualquier parte a esperar, les decía que esos animales les sacarían los ojos, que les picotearían el culo buscándoles las entrañas, que los devorarían. La gente tampoco quiso escucharle. De tanto hablar se le acabó la lengua a Manuelito Loco, aunque los doctores explicaron que s e la habían sacado os gallinazos, ya no pronunciaba sino una sarta de palabras incoherentes e inconclusas que salía amontonadamente como si estuviera hablando un idioma triturado. No obstante aquella sorda muchedumbre se tendrá que recordar que un domingo el gritó en media plaza:
-¡A este pueblo se lo va a llevar el putas!
Fue todo lo que grito, y lo metieron a la cárcel, porque el viejo Manuelito estaba loco de remate, loquito, perdido, y con su locura estaba perturbando la paz pública y ultrajando la tristeza que embargaba a unos hijos que estaban viendo morir a su Madre. Por eso lo metieron a la cárcel, así no más. Pero a los pocos días lo dejaron en libertad porque dizque se estaba comiendo el presupuesto municipal, y también porque en la capital no lo quisieron recibir, porque allí no cabían los locos, y que para poder asistirlos tuvieron que clasificarlos en internos y externos, que así era que aconsejaban que lo declararan loco externo, así como a todo el que se enloqueciera por la muerte de la Madre.
Cuando Manuelito Loco salió de la cárcel corrió directo al templo a tocar las campanas; el badajo hería los cobres y las campanas gemían una tristeza de llanto mortecino, de pueblo al que se le estaba muriendo la esperanza, que es lo último que debe morírsele a la gente. El cura salió a regañar a Manuelito, pero él continuaba agarrando a las sogas, doblando y doblando, hasta cuando el cura tuvo que sacarlo a los empellones, pero el volvía a tocar las campanas al menor descuido, hasta cuando no hubo más remedio que quitar las sogas de las campanas para acabar con la dobladera. La gente tampoco pudo comprender por quien doblaban las campanas.
Luego Manuelito Loco, echó a deambular por las veredas, señalando a los campesinos, metiéndoles el dedo en el pecho, mostrándoles a sus esposas e hijos, sus cultivos, y abrazando y besando el paisaje, pero nadie entendía lo que quería decir. De noche tocaba a las puertas, despertando a todo el mundo, porque estando la madre por morir debería estar en vela y no roncando como cerdos gordos, como si la cosa no valiera la pena. Más nadie despertaba de su letargo.
Hasta que un día amaneció muerto Manuelito Loco. Lo habían apuñalado inmisericordemente. Pero su alma continuó deambulando, haciendo sonar un cuerno, de colina a en colina, de cañada en cañada, de vega en vega, de casa en casa.
-¡Pobre Manuelito su alma está perdida en estas veredas!
-Debe estar penando.
-Animas del purgatorio ¿quién las pudiera aliviar?
-¡Que el señor las saqué de penas y las lleve a descanzar!
-Amén.
De la capital, ante la consternación de los hijos por la pronta muerte de la Madre, el fantasma envió tres posibles madres, desmadradas ellas, sofisticadas, maquilladas, con todos los atractivos de la cosmetología, para que el pueblo eligiera una y remplazara a la Madre agónica. Fueron exhibidas al público y públicamente fueron rechazadas, porque lo que el fantasma estaba llevando a cabo era un concurso de belleza para entretener al pueblo mientras se le daba muerte a la Madre verdadera, a la Madre .
-La Madre no se cambia.
-La madre es el pasado, el presente y el futuro.
-Seguramente como los señores de las Empresas Públicas de la capital, son hijos de una cualquiera, creen que nosotros también nos contentamos con cualquiera.
-¡Hijueputas!
-¡Malparidos!
Eso dijeron rabiosamente los hijos de la madre, y heridos profundamente maldijeron al fantasma y sus emisarios, que de muchas maneras trataron de presionarlos para que escogieran una de esas madres prefabricadas y sin historia, ni futuro.
-¡Pueblo idiota!
-¡Ahora se quedarán sin Madre para siempre! ¡que se vayan al carajo!
-A cada uno se le comprará su pedacito de Madre por cualquier cosa, y que se vaya al diablo!.
-Se le comprará primero a los más influyentes.
-Así debilitaremos al pueblo.
-¡Eso es! Qué le hace que a los más poderosos tengamos que pagarles mejor.
-Obvio, mi querido doctor. Eso nos dará ventajas. Venderán y se irán. Desmoralizaremos al pueblo.
-Lo desesperaremos.
-Todo mundo querrá vender, aprovechando los buenos precios.
-No quedarán sino los pobres.
-Y como los pobres poco o nada tienen, poco o nada se les dará.
-De los pobres siempre es fácil deshacerse.
-¡Que nos importan esos patisucios!
-Ya se les podrá decir que la Madre morirá ahogada.
-Sí, ¡que lo sepan de una vez!
-Doctor….¿y si ellos reaccionan?
-Ya está conversado con el gobernador. Hay mil soldados listos.
-¡La Madre ha sido condenada a morir ahogada!
-¡El agua ya viene subiendo por las cañadas!
-¡Allá asoma!.
-Los gallinazos agitaron gozosamente las alas y se lanzaron sobre el cuerpo de la Madre a celebrar el festín de un suculento banquete. Hicieron un barullo de mil demonios hambrientos. Ni siquiera dejaron que acabara de morir sino que vaciaron sus ojos a picotazos y comenzaron a devorarla viva. Desgarraron sus partes blandas y vulnerables. Cada cual engulló su parte y pellizco la ajena, se embuchó y se fue. Los hijos fieles les gritaban espantándolos, pero sus gritos se perdían en la batahola infernal, sólo a duras penas alcanzaban a defender su pedacito de Madre. Su pequeña propiedad era atacada por los voraces gallinazos que lograban sacar buenas tajadas. Fue una lucha sin cuartel, despiadada, larga, muy larga y dolorosa. Algunos gallinazos embuchaban y se iban ahítos, levantaban vuelo y se perdían en el horizonte ante la mirada triste de los hijos fieles. Si muchos se fueron, otros llegaban. La lucha continuaba, era una lucha de todos los días y de todas las noches. Los emisarios no daban abasto comprando los pedazos de Madre que los gallinazos traían. Estos se arremolinaban en las puertas de las oficinas, esperando el turno para vender su presa. Desde lejos, los hijos leales miraban atónitos la rebatiña.
-No estamos quedando sino los pobres.
-No importa. Aquí permaneceremos.
Quienes vendían se iban sonrientes, diciendo a quienes no querían vender que se apresuraran, que de pronto a los señores de Empresas Públicas se les acababa el dinero, que más tarde nada les darían por las propiedades.
Quienes se quedaban, lo hacían porque estaban muy apegados a la Madre, a la que nunca dieron la espalda aún en los momentos más cruciales, tal como era éste, aunque ahora sus pechos no fueran robustos, siempre les habría brincado desinteresadamente la poca leche que tenía, con esa leche ellos se habían criado y criado a sus hijos, y estos criarían a los suyos, y así de generación en generación.
-Nos está llevando el putas.
-En otra parte también nos llevará.
-Con razón el padre Pacho siempre nos está diciendo que no la dejemos caer, que aguantemos hasta el último momento. Por eso no podemos ir a la capital porque en unos diítas nos comeríamos lo poco que nos queda, allá no hay trabajo, además, no sabemos sino trabajar la tierra. Todos los días estaremos más pobres, entonces nuestras hijas tendrán que putiar, y éste sería un precio muy amargo por el pan que nos llevemos a la boca.
-Pobreza trae miseria.
El jefe de los emisarios, el antes fantasma oculto, ya se estaba dejando ver con frecuencia en El Peñol, iba a beber aguardiente, a burlarse de las gentes y a tratar de ladrones a los curas. Reía carcajadas y decía:
-¡No se los dije! ¡Todos estos acabarán por irse!
-Todavía hay mucha gente, doctor.
-Es que estas malditas gentes son como las niguas: las sacan de un dedo y aparecen en otro.
-Pues acabaremos con los pies.
-Es que mientras estén esos curas…
-Sencillo….sencillo…. Una insinuación al Obispo, muy respetuosa y generosa, y ¡para fuera estos malditos curas ladrones!
-Temo, señor gerente, que con éstos no resultará.
-Si con los otros a resultado, ¿por qué no con estos? ¡Todos los curas están cortados con la misma tijera!
-Pues….
-¿Qué? ¿duda usted? ¿Duda usted de lo que soy capaz? Para mí no existen los problemas. Destruiré este pueblo para levantar la gran central Hidroeléctrica del Nare. Esto es lo que importa. Este pueblito importa un carajo. Si para salir adelante tengo que chuparle la sangre a la madre, se la succionaré, como hacen los gallinazos con las mortecinas, ¿queda claro?.
-Sí, señor gerente, muy claro.
-¡No necesito sino que llueva y llueva para ahogar a este maldito pueblo!
-Pero…… ¿y los pobres?
-A los pueblos los ahogará el agua! ¡Ja-ja-ja!
Entonces las aguas del embalse empezaron a subir por los costados de la Madre, lentamente fueron cubriendo sus partes bajas. Los hijos fieles huían de las aguas como animales de una inundación, pero no abandonarán a la Madre. Estaba decidido que resistirían hasta el último momento. Y este último momento sería morir abrazados a la Madre. Los alentaba el hecho de que el alma permanecía erecta, hundiendo sus cúpulas en el cielo.
Los hijos habían levantado una cruz de madera y la habían clavado en la coliuna, para permanecer al pies del madero hasta la muerte, pero el Alcalde, emisario sumiso y bestia domada por el fantasma de la capital, había recibido órdenes de no permitir que el pueblo sobreviviera asido a alguna cosa. Por eso corrió y cortó la cruz a hachazos y se la echó al hombro para llevarla a algún lugar donde la gente no pudiera hallarla jamás.
-¡Lo juro, hombre! ¡Yo o vi llevando la cruz a cuestas!
-Eso no puede ser! Ese alcaldote se fue de aquí hace mucho tiempo!
-Eso es lo que yo digo, pero mi hijo también lo vio subiendo por el camino de las sepulturas, con la cruz al hombro.
-Bueno…. Si lo vieron dos personas y en distintos días….
-Es difícil creerlo…. Pero hay que creerlo.
-Pues algún día se lo encontrarán también por esos caminos. El tiene que pagar sus fechorías, era un vendido a Empresas Públicas.
-Sí, ese hombrecito las pagará todas juntas.
Arriba, en el ancho cielo azul, un enjambre de gallinazos revoleteaba trazando círculos, con sus ojos avizores fijos en el peñol, porque el dios de los gallinazos les había prometido que algún día, en este lugar, ellos celebrarían el más esplendido banquete que jamás se haya visto, porque aquí una enorme mujer, madre de muchos hijos, sería ahogada por un embalse, pero mientras la iba cubriendo la represa, ellos podrían degustar la suculenta carroña. Por eso estaba divisando a la madre que agonizaba y resolvieron caer sobre ella. Le vaciaron los ojos, le picotearon el ano, y principiaron a devorarle las entrañas, luego le horadaron el ombligo, pero apareció el Gual y hubo que dejarlo que engullera las vísceras, pero de pronto interrumpió, porque había llegado el Rey, todos tuvieron que distanciarse y lo aplaudieron con una ovación de alas; el Rey danzaba, pavoneándose como gerente, e introdujo su pico en el cuerpo de la madre y lentamente le fue succionando el alma, tal como lo había profetizado el mismo gerente de empresas públicas.
Poco tiempo después, para sorpresa de todos los gallinazos, los hijos fieles a la Madre, los que nunca se fueron, levantaron un monumento a la Madre.
-Y la madre sonreía.
-Y los hijos fieles sonreían.

Juan Manuel Tejada Giraldo, El Peñol (Ant)